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Se llama M. de *, y pertenece a una conocida familia parisiense, ligada ya de antiguo con la mía. Cesarina posee una belleza deslumbradora, completamente italiana; muchos dicen que los rasgos de su fisonomía son los de una creación del pintor Rafael de Urbino, que se conoce por la Fornarina.

Me dice también mi hijo, que si es necesario él me apoyará contra todas las oposiciones de la familia, hasta el momento en que sea completamente libre de seguir sus inclinaciones naturales; Cesarina, al oír esto ha contestado que no había experimentado más que el natural sentimiento en toda persona reconocida a otra a quien ha inspirado una pasión, y que seguiría sin pesar alguno la voluntad de la familia, que se uniría sin repugnancia al hombre apreciable que se le destinaba; parece, por lo tanto, que hay en ello tanta reflexión como simpatía. ¡Feliz el marido a quien la Providencia le depare tan angelical criatura!

Alfonso se cansa e impacienta, no pudiendo obtener una ocupación activa para su espíritu; y sus disgustos recaen sobre y me afligen mucho. 20 de junio de 1817. Hoy me han hecho una proposición de matrimonio para mi hija tercera, Cesarina. El joven que ha pedido su mano, creo yo que le conviene bajo todos conceptos; a me agrada mucho.

El diario queda interrumpido por espacio de tres años. ¿Será que los cuadernos se habrán extraviado o que los disgustos que han pasado por ella durante estos tres años de amargura por la muerte de Cesarina, fallecida a consecuencia de una anemia ocasionada por el nacimiento de su tercer hijo, o que la enfermedad mortal, al mismo tiempo, de su querida y bella Susana, no le hayan dejado el espacio ni la fuerza moral para registrar sus desventuras?

Ayer recibí una visita del excelente, amable y resignado M. de X... Aquél que tanto hubiera deseado casarse con Cesarina.

Mi Cesarina, la que fue mi orgullo por su belleza encantadora, sepultada lejos de , detrás de ese horizonte de los Alpes, de donde veo continuamente surgir su recuerdo. Mi Susana, aquella santa que anticipadamente ostentó alrededor de su frente la santa aureola y que Dios me quitó para que yo pudiera ver en su recuerdo la imagen de un ángel de pureza. ¡Muertos los unos, ausentes los otros!...

Alfonso, su esposa y su madre política, han partido para Italia después de la ceremonia, yendo a ocupar en Nápoles su puesto junto al duque de Narbona. Me he llevado conmigo a mi pobre Cesarina hasta. Mâcón, a fin de consultar por su salud con los médicos de Lyón; se encuentra algo enferma: Dios parece que quiere mandarme algunas penas proporcionadas a mi felicidad.

He podido comprender que Cesarina no ha encontrado la menor repugnancia en la figura de M. de Vignet; estoy segura de que le amará... Tengo la satisfacción de ver que no me he equivocado; Cesarina le ama en efecto.

«Cesarina tiene dos años, y Susana nueve meses. Sin la ayuda de Dios, sería para bastante difícil la educación de estas cuatro niñas. «En mi casa tengo, además, una parienta, enferma de cuerpo y espíritu, a quien he de cuidar con la misma solicitud que a mis hijos: por manera que son seis criaturas las que tengo que atender. ¡Cuánto necesito, Dios mío, de vuestro auxilio!

Afortunadamente, el tal efecto no constituía para Cesarina una pasión absoluta, y si únicamente una simple disposición amorosa, y el reconocimiento natural en quien se ve amada con vehemencia. ¡Pobre muchacho!