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Pero ellos no le dejaban reposo; lejos de eso, le seguían con más tenacidad y más de cerca, le chupaban más y más ávidamente, hasta la médula, todo el vigor de su juventud. ¿Y de qué le servía dominarlos, si alguna vez lo conseguía? A esa hidra le brotaban sin cesar nuevas cabezas.

Si iba a una tertulia, un grupo de muchachos la tenía constantemente amurallada; si a la iglesia, otro grupo mayor la esperaba en correcta formación a la salida; si al paseo de la Castellana, apuestos caballeros galopaban en las inmediaciones de su coche sirviéndola de escolta. En el teatro veinte pares de gemelos estaban sin cesar posados sobre ella.

Allí las construcciones caprichosas, extravagantes, bárbaras sobre toda ponderación, semi-morunas, semi-españolas, entre cuyas moles se agita sin cesar, en la estrechez y estrujándose sin lástima, una numerosa y activa poblacion de los tipos mas heterogéneos.

Ante esos movimientos inconcebibles que arrastran por los desiertos infinitos a millares y millares de soles; ante esa colosal catarata, esa lluvia de estrellas que rueda sin cesar por los abismos del espacio; ante esas órbitas inconmensurables; ante esas distancias y velocidades donde la imaginación se pierde, descritas con la firmeza de un sabio y el fuego de un poeta por el barón de Humboldt, el joven presbítero se sintió acometido de un vértigo.

La palabra y la historia son los dos genios que van al frente en todas las exequias, son los manes eternos que velan sin cesar sobre la tumba de las generaciones.

" Desprecia las amenazas del Océano le dice César ; tu temor nace de que ignoras a quien conduces. Lánzate en plena tormenta: yo te protejo. Los dioses no me abandonan nunca. Esta barca conduce a César: tal carga la defenderá de las olas." Laso de la Vega cuenta este episodio en un romance, núm. 554, de Durán: "...Adelante pasa, Pues la fortuna de César En tu barca te acompaña."

Hans y Cornelio, armados de fusiles, registraban las rocas, para convencerse de que no había por allí ningún otro salvaje, y disparaban sin cesar contra las bandadas de cacatúas blancas, rojas o de color de rosa pálido, matando muchas de ellas. El Capitán, entre tanto, examinaba los bajíos de la bahía, para asegurarse mejor de la cantidad y calidad de las olutarias.

Anduvo dando vueltas de un lado para otro, charlando sin cesar alegremente, y deslumbrando a todo el mundo, como siempre, con su proverbial elegancia, esperando con impaciencia la terminación del baile y la salida de las jóvenes.

Las mujeres agarrábanse al cuello de los pequeños y lloraban, sin cesar de hablarles con la incoherencia de la emoción. ¡Hijo de tu madre... chiquito mío!... ¡Rico!...

Conocía bien la historia de la revolución francesa, especialmente la de los Girondinos; estaba versado en Economía política, había leído la Profesión de fe del siglo XIX de Pelletan, algunos versos de Víctor Hugo y tres volúmenes de la Historia Universal de César Cantu.