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El que haya leído con reflexión ese libro sin par que se llama Don Quijote, ha podido conocer cuál era la idea que del amor tenía Cervantes. Burla burlando, él manifestó a las gentes el sueño de su amor, en la locura de amor por Dulcinea de don Quijote.

¿Miguel de Cervantes Saavedra sois vos? exclamó con encarecimiento doña Guiomar; pues por ahí andan en unos papeles impresos los versos que se recitan en casa de Arquijo por todos los buenos ingenios de Sevilla, y entre ellos hay los, y no de los peores, que según el papel, han sido compuestos por vos.

Abriéronsele a Cervantes las entrañas, alborotósele el corazón, espanto le cogió el alma, porque pareciole que algo que no podía comprender, a aquella desmayada beldad le atraía.

El fingido Avellaneda, malévolo enemigo de Cervantes y autor de la segunda parte apócrifa del Quijote, se propuso también romper una lanza en favor de Lope. Todas estas intrigas, sin embargo, no fueron bastantes para turbar la buena inteligencia que reinaba entre estos dos ingenios eminentes.

Fácil es la contestación á todas estas críticas. Salta desde luego á los ojos, que, cuanto encuentra Cervantes de censurable en este capítulo, aunque justo, si se atiende á una parte de la literatura dramática española, es injusto haciéndolo extensivo á toda ella.

Miguel de Cervantes escuchaba ávido, con el oído pegado al ojo de la cerradura; que habíale puesto en cuidado lo que le había prevenido, haciéndole callar, cuando llamaron a la puerta, y escondiéndole después, la tía Zarandaja. Pero no oía otra cosa más que el recio mascar del rapista, que era tal como el de un cerdo, con perdón sea dicho.

Al lado de Linneo y Cuvier, se veía á Goethe y Cervántes, confundidos con espátulas y bisturís, lápices y pinceles, mezclándose en este conjunto los tarros de jabones arsenicales, con los tubos de colores. Lo artificial, juntamente con lo natural, las obras del hombre, con las obras de Dios. En la época á que me refiero, concluía el Sr.

En ellas concibió Cervantes el plan de dos dramas, que pintan los sufrimientos de los cautivos cristianos, cuyos dramas, imitados primero por Lope de Vega en sus Cautivos de Argel, dieron origen á una serie de composiciones análogas.

El que a buen árbol se arrima, contestó la tía Zarandaja, buena sombra le cobija, y de manzanas de oro, y aun con aditamentos de diamantes, es aquel bajo cuyas frondosas y frescas ramas os habéis puesto. Ya me tarda el oíros, buena madre, dijo Cervantes; que grandes cosas y de mucho provecho han de ser, a lo que me parece, las que tenéis que decirme.

Ni Cervantes, ni Shakspeare, ni Molière han necesitado tanta página larga y nutrida para hacernos ver un carácter, para presentárnoslo vivo y grabarlo profundamente en nuestra memoria.