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Quevedo, Cervantes y Lope de Vega, estaban allí; los dos en representación, el uno en persona, haciendo brillar el uno de los representados á Cervantes y cautivando en favor de éste la atención de Dorotea en daño del otro representado, de Lope de Vega. Yo os daba durmiendo dijo el tío Manolillo y á ti estudiando, holgazana añadió dirigiéndose á la joven.

Luce el sol de nuestra España; Compone Lope de Vega, La fénix de nuestros tiempos Y Apolo de los poetas, Tantas farsas por momentos, Y todas ellas tan buenas, Que ni yo sabré contarlas, Ni hombre humano encarecerlasDespués menciona Rojas otros dramáticos, cuyo mayor número son los que, según Cervantes, «han ayudado á llevar esta gran máquina al gran Lope

Ni mi escasa anglomanía, ni mi poco fervor romántico, ni mis inveteradas preocupaciones en pro de la medida, orden, reposo y arreglo de los poetas griegos y latinos, ni mi amor a mi propia casta y nación y a los grandes ingenios que ha producido, entre los cuales Cervantes, y Lope, y tal vez.

Y como la tía Zarandaja quisiese replicar, impúsola Cervantes silencio, mandola abriese la puerta, saliose, y de allí a gran paso fuese a casa de doña Guiomar, y allegándose al postigo del jardín llamó, y abrió Florela, que harto cuidadosa por la gravedad de los sucesos que habían sobrevenido, por allí andaba esperando. De como puede enamorarse una mujer hasta el punto de morir de amor.

Esta última calle, en donde vivió también Lope de Vega, lleva hoy el nombre de calle de Cervantes, que debía corresponder á la calle del León, puesto que la puerta de la casa en donde vivía nuestro gran poeta tenía su entrada por ésta.

De como Cervantes oyó el fin de la historia de Margarita entre las cabilaciones que le causaba el no saber adónde le llevaría la historia de sus amores.

Mandó a Florela hiciese salir a algún criado a inquirir si en la calle había alguna novedad, o persona apostada o en espera que a corchete o alguacil o cosa de justicia se pareciese, y cuando supo que el barrio estaba tranquilo y que en diez calles a la redonda no había ni aun olor de gente de justicia, alegrose, o más bien, aunque ella quiso no conocerlo y se engañó a misma, contristose, porque mejor hubiera querido tener una excusa para que de su casa no saliese Miguel de Cervantes por aquel día.

Mas su graciosa majestad no manejaba sin duda con gran arte el habla de Cervantes, y siendo su intento escribir según la construcción inglesa: Al marqués de Butrón, recuerdo, olvidóse de poner la u, y resultó: Al marqués de Butrón, receurdo, firmado y rubricado de puño y letra de su graciosa majestad la soberana de los tres reinos unidos, emperatriz también de las Indias.

Había estudiado media carrera de Derecho, algo de Medicina, otro tanto de Mecánica, y hasta desflorado la Teología y los sistemas filosóficos de Kant, de Krausse... y de Santo Tomás; se sabía de memoria a Maquiavelo, a Fr. Luis de Granada, a Shakespeare, a Fourrier, a Santa Teresa y a Cervantes. En todo picaba y nada le satisfacía, fuera de las grandes obras de imaginación.

Tanto creo en la virtud del tema elegido para la obra, que un asunto digno y hermoso es el mejor hallazgo que un artista puede tener en su vida; es un verdadero presente de los dioses. ¡Cuántos grandes poetas yacen olvidados por no haber gozado de esta felicidad! ¿Qué sería hoy de Cervantes si su incómoda permanencia en Argamasilla y la relación con algún tipo original no le hubieran sugerido el carácter de Don Quijote y el de Sancho Panza?