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No pude más: tiré el volumen, cogí el sombrero, y me lancé a la calle. Hermosa tarde primaveral, dorada, luminosa.... Me dirigí hacia la colina, y subí hasta mi sitio predilecto. El cielo sin nubes ni celajes parecía una bóveda de cristal cerúleo. Las arboledas, frescas y reverdecidas, hacían gala de su flamante veste, y en las dehesas y en los collados flotaba una misteriosa claridad rosada.

Las indias se pintan de otro modo, pero tambien azul, ó ceruleo, desde los pechos hasta las rodillas; con tanto primor que dudo haya en Alemania quien las exceda en artificio y lindeza: andan desnudas, y son hermosas. Detuvímonos allí un dia, y en tres navegamos 14 leguas, hasta llegar á un buen pueblo, donde vivia el rey, situado á la ribera del rio Paraguay: su provincia es de cuatro leguas.

Poco á poco el bagel pobre se oculta En las entrañas del ceruleo y cano Vientre, que tantas animas sepulta. Suben los llantos por el aire vano De aquellos miserables, que suspiran Por ver su irreparable fin cercano. Trepan y suben por las jarcias, miran Qual del navio es el lugar mas alto, Y en él muchos se apiñan y retiran.

Imaginaos una llanura siempre verde, limitada en todas direcciones por obscuras montañas y risueños collados. El tono subido de los bosques hace resaltar el tinte alegre de los prados y de los campos de caña sacarina. El Pedregoso, gárrulo y cantante en las quebradas, sesgo y cerúleo en los planíos, corta en dos partes la ciudad.

Sobre el duro azul de un celaje no empañado por la más leve bruma, ondean las flámulas, colocadas en mástiles a la veneciana alrededor del baluarte de la Puerta del Castillo, y sus gayos colores no desdicen del júbilo radiante del cielo y de la estrepitosa y alegre multitud. Arcos y ondas de follaje verde corren de mástil a mástil, disonando y contrastando con el tono cerúleo del firmamento.

El Pedregoso, el gárrulo Pedregoso corría, como siempre, límpido y parlero; como le vi tantas veces cuando era yo niño: espumoso al tropezar con una roca; cerúleo y adormecido en sus pozas umbrías, bajo el dosel de los álamos, queriendo arrastrar a su paso las espiras lánguidas de los convólvulos perennes. Buscaba yo rostros conocidos, y muchos vi, pero empalidecidos, como fotografías borradas.

El balcón abierto; las llanuras adormecidas; la selva silenciosa; el cielo límpido y puro, sin nubes ni celajes; la luna a la mitad de su carrera; el piano derramando a torrentes la música de los grandes maestros; la belleza y la juventud rindiendo culto al arte, y en mi alma la dulce alegría de quien ama y es amado, el enjambre cerúleo de las más risueñas esperanzas....