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Aún estoy vacilante, pero por momentos creo oír lejana música y voces suaves que desde una región desconocida y llena de misterios me llaman, me atraen y promueven en embriaguez y furor y apetito de ir a unirme con ellas. Adiós. Me pesan los párpados y van a cerrarse mis ojos. Aún persisto en la indecisión; no si beberé del pomo y mis ojos quedarán cerrados para siempre.

Pero quedaban aún los conciertos en el Parque, el gran paseo por la avenida pavimentada de asfalto, las fiestas nocturnas en el Casino, el teatro, que, próximo a cerrarse, se veía más concurrido cada vez. Pilar se moría por reunirse a la docena de compatriotas de distinción que revoloteaban en el efímero torbellino de los placeres termales.

Los últimos carruajes rodaban sobre las losas del patio del hotel y a mis oídos llegaba el ruido de los estribos al ser plegados y el golpeteo de las portezuelas al cerrarse.

A media noche, cuando todos sentían cerrarse sus ojos e iban en busca de las hamacas y petates, verificábase el relevo de la guardia, entrando de cuarto los que habían de velar hasta que rompiese el día, y los pajes gritaban otra vez: Al cuarto, al cuarto, señores marineros de buena parte. Al cuarto, al cuarto en buena hora de la guardia del señor piloto, que ya es hora. Leva, leva, leva.

¡Adiós, Pachín!... Ojeda creyó oír un lamento lejano, una voz imaginaria en este chapoteo de las aguas abiertas por el pesado ataúd y que volvieron a cerrarse sobre su remolino de proyectil: «¡Buenos Aires!... ¿Cuándo llegaremos a Buenos Aires?...». El buque avanzó con más velocidad, recobrando su marcha normal. Maltrana había desaparecido. Ojeda y el cura volvieron a la cubierta de paseo.

Habrá usted reparado que esa nube siempre aparece por detrás de las montañas. Es donde el Casino tiene sus almacenes. Aquí no perdonan detalle para entretener á los parroquianos. Miguel oyó dos mugidos: uno de sorpresa, otro de indignación. Luego el ruido de una ventana al cerrarse. El pianista, molestado por esta broma matinal, volvía á su lecho para dormir hasta la hora del almuerzo.

Todo este asunto se presentaba en tales condiciones de misterio que se apoderó de una impaciencia febril y sin cuidarme de lo que pudieran pensar mis compañeros, di un paso para abrir aquella puerta que de modo tan singular acababa de cerrarse y penetrar en el cuarto tocador, cuando la puerta se abrió y dió paso á Jenny Hawkins. La artista se adelantó sonriente y con mirada segura.

El valle, que en la mitad del camino se abría adquiriendo mayor amplitud, tornaba a cerrarse al llegar al Moral. Las aguas se mostraban más inquietas, revelando la proximidad del mar. Las colinas que protegían el pueblecillo con sus faldas pedregosas y sus cimas desnudas y tristes, también lo anunciaban.

Y estas gentes, que en sus lejanos países habían oído hablar muchas veces de Monte-Carlo, al verse en él por los azares de la guerra, se amontonaban junto á las mamparas con una curiosidad infantil, admirando instantáneamente, al abrirse y cerrarse aquéllas, la rápida visión de los salones dorados, puestos en fila y llenos de público. Después se retiraban, cediendo el sitio á otros camaradas.

Hícelo así y me retoñaron los ojos... Nanela me los besó, cantándome con su voz de sirena: ¡Cuán bellos ojos!... Has ganado en el cambio, esposo mío. Antes eran pardos y ahora son más negros y expresivos que los de un arcángel después de rebelarse. Por bellos que sean, estos ojos deben cerrarse pronto observé desalentado si continuamos nuestro desenfrenado viaje de bodas...