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La atroz convicción de que la puerta de la casa de sanidad iba a cerrarse sobre su hija querida, le oprimía el corazón y hacía correr por todo su cuerpo un frío glacial. Después de haber permanecido un rato inmóvil y como inerte, una inspiración brusca y misteriosa la hizo erguirse vivamente con un rayo de alegría en los ojos.

Cuando la justicia había encontrado una víctima, y el paciente, abandonado de todo el mundo, avanzaba lentamente hacia el cadalso, podía ver a su lado a esos emisarios divinos de la religión, y sus ojos, antes de cerrarse, leían en sus ojos resignados la promesa de la salvación. Sus modestas miradas se enriquecían, no obstante, con los más ilustres recuerdos.

Perdone usted, caballero; yo pensaba... no quería irme sin saber... Gracias por tu cuidado. Pero tranquilízate: yo estoy aquí para asistirla. Puedes irte cuando quieras. ¡Adiós! ¡Hasta la vista! ¡Adiós! repitió el doctor lanzándole una mirada glacial. Después empujó la puerta, que volvió a cerrarse en seguida. Amaury quedó como clavado en el sitio en que estaba, inmóvil y como aturdido.

Me quedé en el corredor, como una réproba, contemplando la puerta que acababa de cerrarse tan duramente tras de . Después apoyé la cabeza en la pared y lloré silenciosa y amargamente.

Al cerrarse el fumadero habían subido a la cubierta de los botes para terminar el jolgorio en el camarote del belga, que iba a separarse al día siguiente de la honorable sociedad.

Pasaba un señorón con un manto largo adornado de plumas, y su secretario al lado, que le iba desdoblando el libro acabado de pintar, con todas las figuras y signos del lado de adentro, para que al cerrarse no quedara lo escrito de la parte de los dobleces.

Sólo el perro del comercio de quincalla, que acababa de cerrarse, continuó algún tiempo ladrando con furia. Al fin también éste cesó, aunque muy a disgusto. El canto de la moribunda Violeta volvió a escucharse, puro y límpido como antes.

Escuchábase sobre el pavimento de mármol el fuerte ruido de sus zapatos guarnecidos de clavos. Al fin de la escalera se oyó el ruido de una llave en una cerradura; salieron doña Clara y el tío Manolillo, y volvió á cerrarse la puerta.

Sonó la campanilla, dio el mozo la voz a los viajeros, se oyó el estrépito de las portezuelas al cerrarse, y nuestro catalán no parecía. D. Nemesio experimentó viva inquietud. ¡Caramba, cómo se descuida el señor de Puig! Pasó un momento: todos los viajeros estaban ya en sus coches. ¡Caramba, caramba, ese hombre va a perder el tren!

Pasó el último fantasma al extinguirse el último destello de la luz; acabaron de cerrarse los párpados entreabiertos; cayó sobre la almohada el perfil de la linda cabeza, y se quedó Nieves dulce y profundamente dormida. Las primeras semanas