United States or Panama ? Vote for the TOP Country of the Week !


El campanario, despojado de su adorno legítimo, se alzaba como un gigante exánime, de cuyas vacías órbitas hubiese desaparecido la luz de la vida. Enfrente de la entrada duraba aún una cruz de mármol blanco, cuyo pedestal, medio destruido, la hacía tomar una postura inclinada, como de caimiento y dolor. La puerta, antes abierta a todos de par en par, estaba ahora cerrada.

Es decir, dos salidas con la puerta cerrada, Dios sabía hasta cuándo, y una que no se me franquearía jamás, por repugnancias de mi conciencia. En definitiva, una eternidad.

¿Ónde está la carne? pregunta, al cabo, con voz ronca el pescador. La carne... tartamudea su mujer, como ya estaba cerrada la tabla cuando fuí á buscarla, no la traje. ¿El dinero?... el dinero... en la faltriquera. Á ver el dinero, digo, ¡pronto! La interpelada saca, temblando, unos cuartos de su faltriquera, y sin abrir toda la mano, se los enseña á su marido.

-Como me lo pregunta este señor -respondió ella-, no pude dejar de respondelle. -Ahora bien -dijo el cura-, traedme, señor huésped, aquesos libros, que los quiero ver. -Que me place -respondió él. Y, entrando en su aposento, sacó dél una maletilla vieja, cerrada con una cadenilla, y, abriéndola, halló en ella tres libros grandes y unos papeles de muy buena letra, escritos de mano.

La tía Eugenia y Máxima los contemplaban sonriendo maliciosamente. A las once se celebraba la misa solemne de la parroquia, y como ya habían repicado la segunda vez, todos en la casa se dispusieron a salir para oírla. La tía Eugenia, Andrés, Rosa, Máxima y un sobrinito que tenían consigo se echaron fuera de casa, dejándola cerrada.

Realmente la sorpresa no había sido completa. No le había visto: sólo había adivinado su presencia en el desorden de la habitación, en los detalles que revelaban una fuga rápida, mientras la doncella de Judith le entretenía ante la puerta cerrada.

Aldea entró, y el brazo atrajo a la puerta, que volvió a quedar instantáneamente cerrada, mientras Lázaro, pálido y tembloroso, como clavados los pies en el suelo, escuchaba alejarse, sin saber en qué sentido, los pasos de dos personas, que andaban de puntillas para no producir ruido sobre los mármoles del piso. ¿Qué hacer en tan horrible situación? ¿A quién pedir auxilio? ¿A quién llamar?

En la pieza siguiente, cerca de la ventana cerrada, yacía la enferma sentada en un sillón de vaqueta, envuelta en grueso pañolón de lana. En la cabeza tenía un pañuelo blanco, atado bajo la barba. ¡Rodolfito! exclamó con acento débil ¡Rodolfito! ¡Ven, dame un abrazo; mira que no puedo levantarme! Llegué a su lado y me incliné para estrecharla contra mi pecho y darle un beso en la frente.

Y como «La Cruz Roja» no respondía, don Santos dirigiéndose a su propia sombra que se le iba subiendo a las barbas, según se acercaba a la puerta cerrada del comercio, tomándola por el mismísimo señor De Pas, le dijo: ¡Señor obscurantista! ¡apaga luces!... usted ha arruinado a mi familia... usted me ha hecho a hereje... masón, , señor, ahora soy masón... por vengarme... por... ¡abajo la clerigalla!

No le he ocultado que con el Gobierno actual la política es carrera cerrada y que tengo horror a los negocios, porque los considero como aventuras y no estoy dispuesta a permitir que se juegue con nuestro nombre.