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La lavanderilla y la doncella, con sus respectivos maridos, siguieron siempre gozando del favor de Sus Majestades, y siendo los señores más principales de toda aquella tierra. Aunque se ame y se respete la virtud, no se debe creer que sea tan vocinglera y tan espantadiza como la de ciertos censores del día.

Los de los censores me hacen el mismo efecto que le hacían al portugués los del casteçao. El cuento es harto sabido para repetirlo. Esto sería no escribir para nadie.

Makaraig, ¡van á bailar el cancan! Y se frotó alegremente las manos. Tadeo, desde que se levantó el telon, no hacía caso de la música; solo buscaba lo escandaloso, lo indecente, lo inmoral en los gestos y en los trajes, y con su poco de francés aguzaba el oido para pillar las obscenidades que tanto habían pregonado los censores severos de su patria.

De esta suerte, ya que no los censores graves; los que no lo son ni tienen autoridad para serlo, en lo amoroso perdonarán á usted las verduras, y en lo pesimista las injurias contra la Providencia, cuyos designios y planes, que ignoramos y debemos acatar, tal vez brillan justificados después de tales ataques.

Ni menos fue perseguido por liberal; porque en sus tiempos no se sabía lo que era haber en España ministros liberales. Sin embargo, por más que él no escribiese de ideas para España, en lo cual anduvo acertado, y por más que se le hubiese dado un bledo de que todos los padres censores de la Merced y de la Vitoria condenasen al fuego sus peregrinos silogismos, bien empleado le estuvo.

Levántate y anda, tu naturaleza es fuerte: el miedo la engaña, sugiriéndole la desconfianza de misma, la idea errónea de que para nada sirves ya, y de que vives muriendo». Convendría, pues, que los censores disciplentes se callarán por algún tiempo, dejando que alzasen la voz los que repartan el oxígeno, la alegría, la admiración, los que alientan todo esfuerzo útil, toda iniciativa fecunda, toda idea feliz, todo acierto artístico, o de cualquier orden que sea.

«Se ha establecido en Madrid un sistema de libertad que se extiende hasta a la imprenta; y con tal que no hable en mis escritos, ni de la autoridad, ni del culto, ni de la política, ni de la moral, ni de los empleados, ni de las corporaciones, ni de los cómicos, ni de nadie que pertenezca a algo, puedo imprimirlo todo libremente, previa la inspección y revisión de dos o tres censores.

Conceden sus críticos censores que él, en su juventud, hizo brillantes conquistas y cautivó no pocos corazones indómitos y soberbios, pero añaden que hace ya más de veinte años que debe el Barón recogerse a buen vivir y reposarse sobre sus laureles. Mucho disto yo de seguir semejante parecer. Desde que conocí al Barón, trece o catorce años ha, he opinado lo contrario.

»Quando por los Españoles fuera inventado este Poema, antes es digno de alabança que de reprehension, dando por constante una máxima, que no se puede negar ni cabillar, y es que los que escriven es á fin de satisfacer el gusto para quien escriven, aunque echen de ver que no van conforme las reglas que pide aquella compostura; y hace mal el que piensa que el dexar de seguillas nace de ignorallas, demás que los Comicos de nuestros tiempos tienen tambien provada su intencion en otras obras que perfectamente han acabado y escrito con otros fines, que el de satisfacer á tantos que no necesitan para eternizar sus nombres de escrivir las Comedias con el rigor á que los reduze estos aceptados Censores, con quien habla mi Apologia.

Para adecentar la vida pública y la moral privada, v. gr., la sola libertad de la prensa ha resultado más eficaz que las legiones de censores, confesores, inquisidores y predicadores, que torturaban disidentes y liberales mientras el papa Alejandro VI, su hijo el cardenal César Borgia y su hija Lucrecia, daban a la Europa cristiana el modelo de una perversidad y depravación que no han sido superadas.