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Magnífica estatua... original pensamiento... oye: «La Aurora suplica a Diana que apresure el curso de la noche...». Ana aplaudió y atravesó el umbral. Don Víctor entró detrás diciéndose a mismo en voz alta: ¡Hija mía! Es otra.... Ese Benítez me la ha salvado.... Es otra.... ¡Hija de mi alma! Cenaron en la vajilla de los marqueses. Los dos tenían muy buen apetito.

Objetaba Nina que ella tenía ya los huesos duros para correría tan larga, y el africano, no sabiendo ya cómo convencerla, le decía: «Ispania terra n'gratituda... Correr luejos, juyando de n'gratos ellos». En cuanto cenaron se recogieron en casa de Bernarda, dormitorios de abajo, a dos reales cama.

No bien acabadas de hacer las paces, llegó don Acisclo con Pepe Güeto, quienes no advirtieron las huellas de la pasada tempestad. Cenaron los cuatro en amistosa compañía, y con buen apetito, y se fueron luego a dormir. Al día siguiente se celebró con pompa y estruendo la entrada triunfal de D. Jaime en Villafría.

-Con todo eso -dijo el capitán- yo querría, no de improviso, sino por rodeos, dármele a conocer. -Ya os digo -respondió el cura- que yo lo trazaré de modo que todos quedemos satisfechos. Ya, en esto, estaba aderezada la cena, y todos se sentaron a la mesa, eceto el cautivo y las señoras, que cenaron de por en su aposento.

Buena cosa es la esperanza, respondió Martin. Corrian en tanto los dias y las semanas, y Cacambo no parecia, y estaba Candido tan sumido en su pesadumbre, que ni siquiera notó que no habian venido á darle las gracias fray Hilarion ni Paquita. Que da cuenta de como Candido y Martin cenáron con unos extranjeros, y quien eran estos.

¡Basta, hijos míos! Pepe, no te irrites interrumpió don José con acento débil no volverá, yo la suplicaré que no vaya... y preparadme la cena, que tengo mucha necesidad. Cenaron en silencio y Pepe acostó a su padre, sin querer ajena ayuda ni cruzar con nadie la palabra: después se recogieron doña Manuela y Leocadia.

La Marquesa de Vegallana y su tertulia, más la del barón de la Barcaza y Pepe Ronzal cenaron en el gabinete de lectura. Todo fue cosa de Trabuco. Convídesele, había dicho Mesía y la vanidad satisfecha le inspirará maravillas.

Finalmente, se entraron entre unos amenos árboles que poco desviados del camino estaban, donde, dejando vacías la silla y albarda de Rocinante y el rucio, se tendieron sobre la verde yerba y cenaron del repuesto de Sancho; el cual, haciendo del cabestro y de la jáquima del rucio un poderoso y flexible azote, se retiró hasta veinte pasos de su amo, entre unas hayas.

Apenas si cenaron, y antes de las nueve ya estaban todos en la cama. Batiste sentíase mejor de su herida. El peso en el hombro había disminuido; ya no le dominaba la fiebre; pero ahora le atormentaba un dolor extraño en el corazón.

Retiráronse, cenaron tarde y mal, bien contra la voluntad de Sancho, a quien se le representaban las estrechezas de la andante caballería usadas en las selvas y en los montes, si bien tal vez la abundancia se mostraba en los castillos y casas, así de don Diego de Miranda como en las bodas del rico Camacho, y de don Antonio Moreno; pero consideraba no ser posible ser siempre de día ni siempre de noche, y así, pasó aquélla durmiendo, y su amo velando.