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Cuando uno se colocaba al borde de la pendiente, la mirada caía sobre los ruinosos techos de bardas cuyas grietas dejaban pasar el humo; se veía claramente el movimiento de la sucia callejuela, donde los niños medio desnudos chapoteaban en los charcos cenagosos, y las mujeres permanecían perezosamente agachadas en el umbral de sus casas, mientras que los hombres cubiertos de harapos se dirigían, con la pala en el hombro, hacia el despacho de bebidas.

Hasta entonces sólo había observado yo la Naturaleza a la sombra de sus moles, en las angosturas de sus desfiladeros, entre el vaho de sus cañadas y en la penumbra de sus bosques; todo lo cual pesaba, hasta el extremo de anonadarle, sobre mi espíritu formado entre la refinada molicie de las grandes capitales, en cuyas maravillas se ve más el ingenio y la mano de los hombres que la omnipotencia de Dios; pero en aquel caso podía yo saborear el espectáculo en más vastas proporciones, en plena luz y sin estorbos; y sin dejar por eso de conceptuarme gusano por la fuerza del contraste de mi pequeñez con aquella magnitudes, lo era, al cabo, de las alturas del espacio y no de los suelos cenagosos de la tierra.

No cabe duda que esta agua se enturbiará más lejos; pasará por rocas que le dejarán materias impuras y arrastrará vegetales en putrefacción; se escurrirá por sucias tierras y se cargará de inmundancias por los animales y los hombres; pero aquí, en su balsa de piedra Ó en su cuna de juncos, es tan pura, tan luminosa, que parece aire condensado: los reflejos movibles de la superficie, los repentinos borbotones, los círculos concéntricos de sus rizos, los contornos indecisos y flotantes de las piedras sumergidas, es lo único que revela que ese fluido tan claro, es agua lo mismo que los ríos cenagosos.

Recorría los muelles cenagosos buscando trabajo, e iba a caer a esas tabernas de marineros borrachos, en donde se mezclan gentes de todos los países. Allen no sabía, no tenía certificados, y los skippers no le aceptaban.

Entre el oleaje sangriento de la gran Revolución francesa, juzgaba él que hubiera sido, por su talento, un Mirabeu; por su valor, un Lafayette; mas entre los cenagosos remolinos de la Revolución española del 68, tan sólo fue, a juicio de los que le conocieron, como político, un pobre demonio; como caudillo, un gran mentecato.

Y se sintió tan deliciosamente refrescado que olvidó no sólo los cuidados presentes, sino hasta los placeres pasados. Una luz nueva iluminó su espíritu; comparó de una sola ojeada sus antiguos amores, agitados y cenagosos como un charco, con la dulce limpidez de la felicidad legítima. Es la historia de todos los maridos jóvenes.

Por eso le parecía poco arrojarse por los despeñaderos, subir sierras muy altas, vadear ríos muy peligrosos, meterse por pantanos muy cenagosos y profundos y pasar otros grandes riesgos de la vida; antes en todos éstos se hallaba una suavidad indecible, llevando siempre muy fijo el corazón y la mente en el extremo abandono en que se hallaban aquellos pobres gentiles; no tenía reposo ni quietud viendo la pérdida de tantos; y lo que más le llegaba al alma, que ellos mismos, de grado, pedían ser lavados en las saludables aguas del santo bautismo.

Esto tuvo que responder la dama, con iguales repugnancias que si descubriera con ello toda la urdimbre de aquel tejido de enormidades que se llamó su casamiento, con sus cenagosos y consiguientes antecedentes.

Tal vez se explique esto de la manera que, yendo yo de viaje por un país selvático, acerté a explicar en qué consistía que cierto compañero mío, gran ingeniero, que se empeñó en guiarnos con su ciencia; no atinó nunca, y por poco no nos hunde y sepulta en charcos cenagosos o nos pierde en bosques sombríos, donde nos hubieran devorado los lobos.