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El árido campo se convirtió en ameno lugar de recreo, y en él surgieron los copudos árboles, las calles enarenadas, las caprichosas sendas, los cuadros de flores, el estanque de limpias aguas, las rústicas casitas, los cenadores cubiertos de ramaje, las fuentes marmóreas, las estatuas, los jarrones, y todo aquel hermoso jardín á quien el pueblo dió el nombre de Delicias.

Obstruido por el limo, el estanque parecía charca fangosa, acrecentando el aspecto de descuido y abandono de la huerta, donde los que ayer fueron cenadores y bancos rústicos se habían convertido en rincones poblados de maleza, y los tablares de hortaliza en sembrados de maíz, a cuya orilla, como tenaz reminiscencia del pasado, crecían libres, espinosos y altísimos, algunos rosales de variedad selecta, que iban a besar con sus ramas más altas la copa del ciruelo o peral que tenían enfrente.

Nuestros vecinos de los demás cenadores debían de haber alcanzado el mismo grado feliz de temperatura. No se oían más que gritos descompasados, campanilleo de copas, carcajadas groseras y blasfemias. El conde no se había dado por satisfecho con la victoria alcanzada sobre el inglés.

Está dividido en pequeños y grandes cenadores, no bien aislados unos de otros por el follaje de los arbustos. Todos, o casi todos, estaban ocupados a la sazón. El conde se detuvo un momento, sin saber dónde meternos, cuando saliendo de uno de ellos dos personas decentes, aunque de porte achulado, le abrazaron familiarmente y nos hicieron entrar. Había seis u ocho hombres y tres mujeres.

Don Germán, que tenía instinto artístico, no quiso restaurar ninguna de las ruinas que la pesadumbre del tiempo había causado en las construcciones de los frailes y todos los hombres de gusto se lo aplaudían. Los restos de la abadía, de la iglesia, de los cenadores y los muros estaban cubiertos de maleza y exhalaban la dulce melancolía de las cosas pasadas.

Después de la ceremonia y de tomar chocolate en la morada de D. Pantaleón, trasladaronse los recién casados y su cortejo en dos grandes ómnibus a los Viveros. Los Viveros guardan entre las filas de sus árboles enanos y bajo sus cenadores rústicos toda la poesía del comercio madrileño.

Una orquesta, oculta en uno de los grandes cenadores, tocaba con brío aires nacionales. Lo mismo damas que caballeros, empujados por el calor que era sofocante, atraídos también por la belleza del espectáculo, salieron de casa y se diseminaron por los jardines. Los pollos consiguieron llevar a algunas muchachas hasta las inmediaciones del cenador, donde estaba la orquesta, y se pusieron a bailar.

La familia Corneta fue conducida en triunfo hacia uno de los cenadores, donde Mario y su esposa fueron agasajados por ellos con algunas frases amabilísimas, de las cuales tanto D.ª Carolina como su digno esposo D. Pantaleón conservaron por mucho tiempo vivo recuerdo.

Gallardo, sin saber cómo, se vio en los jardines, bajo el solemne silencio que parecía descender de las estrellas, entre cenadores de frondosa vegetación, siguiendo una senda tortuosa, viendo al través del follaje las ventanas del comedor iluminadas cual bocas de infierno, por las que pasaban y repasaban las sombras como demonios negros.

Habia allí, además del régio alcázar, viviendas magníficas para hospedar á los altos funcionarios del Estado; allí acueductos que mantenian con el agua de la sierra en perpétuo verdor las huertas y vergeles; allí jardines con toda clase de flores y boscages de azahar, de mirto y de laurel; allí sorprendentes juegos de aguas, y fuentes, estanques y lagunas de todas formas; allí cenadores y deliciosas umbrías en que guarecerse de los ardores del estío.