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Madrid, que lo ignora todo respecto a provincias, no come vieiras, y es una lástima. Asadas en su concha, con un diente de ajo y un poco de pimentón, las vieiras son bastante más sabrosas que esos cangrejos de celuloide con que los madrileños pretenden consolarse de su falta de mar.

Aquí las soberbias telas, tan variadas y ricas que la Naturaleza misma no ofreciera mayor riqueza y variedad; allí las joyas que resplandecen, asombradas de su propio mérito, en los estuches negros...; más lejos ricas pieles, trapos sin fin, corbatas, chucherías que enamoran la vista por su extrañeza, objetos en que se adunan el arte inventor y la dócil industria, poniendo a contribución el oro, la plata, el níquel, el cuero de Rusia, la celuloide, la cornalina, el azabache, el ámbar, el latón, el caucho, el coral, el acero, el raso, el vidrio, el talco, la madreperla, el chagrín, la porcelana y hasta el cuerno...; después los comestibles finos, el jabalí colmilludo, la chocha y el faisán asados, cubiertos de su propio plumaje, con otras mil y mil cosas aperitivas que Isidora desconocía y la mayor parte de los transeúntes también...; más adelante los peregrinos muebles, las recamadas tapicerías, el ébano rasguñado por el marfil, el roble tallado a estilo feudal, el nogal hecho encaje, las majestuosas camas de matrimonio, y por último, bronces, cerámicas, relojes, ánforas, candelabros y otros prodigios sin número que parecen soñados, según son de raros y bonitos.

Un Sindicato muy fuerte querrá dominar a los otros, les declarará la guerra y morirán a millones hombres de hierro, hombres de carbón, hombres de cartón piedra y hombres de celuloide... Indudablemente, no hay una gran diferencia entre clasificar a los hombres por oficios o clasificarlos por razas, religiones, idiomas y costumbres. Y no tan sólo no hay una gran diferencia, sino que es igual.

Hay que transigir con las albóndigas de perro y con ciertas chuletas de celuloide que conocen a varias generaciones literarias. El frío de las noches, al asalto de los céntimos para la cama, la comida que se retrasa... dos o tres días, la pobreza en el traje y el dolor de la pobreza en el alma han asesinado al pobre amigo Antonio Santaló. No ha escrito un drama ni un poema que decoren su memoria.

Podrían hacerse cerebros de celuloide, sólidos, prácticos y que, como se venderían mucho, resultarían bastante baratos; cerebros a los que se les diese cuerda para veinticuatro horas, o bien que tuviesen una ranura, como ciertos aparatos de gas, para que, al querer iluminar algún punto obscuro de nuestra política, bastase echar en ellos una moneda y aproximar un fósforo.

Todo era subastable entonces; baste decir, que, hasta los peines, bien es verdad que aquellos sacados á pregón, no eran como los que corrientemente usamos hoy, de despreciable pasta, caucho ó celuloide, sino de marfil ó de plata artísticamente tallados, con finos y elegantísimos adornos de renacimiento, ó con asuntos religiosos ó profanos, por lo cual, no era extraño que tales verdaderas joyas, fuesen adquiridas por sujetos muy calificados, así como las prendas de vestir, tabardos y gregüescos, capas y manteos, calzas y jubones ricamente bordados de oro, con pasamanos y encajes de subidísimo precio, sin contar aquellos jaeces de caballos, cuya simple enumeración por boca del pregonero, nos da á conocer su singular riqueza, tan singular, que hoy no se concibe.