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Gayangos y á el cargo de dirigir á los comisionados de Córdoba, los cuales por su parte animados del mejor celo dieron desde luego señales de actividad. Los Sres.

Esta circunstancia arroja clara luz sobre aquellas pruebas de intolerancia, puesto que, comparándolas con ellas, demuestran generalmente la benevolencia de la Inquisición y los razonables principios artísticos, en que se fundaban, ya que al lado de esas explosiones de celo religioso campean otras de distinta índole, tanto más libremente, cuanto provienen de unos católicos y se dirigen á otros, prontos á escandalizarse por cualquier motivo poco importante.

Dióse órden á los electos para que comenzasen á ejercer su oficio en el arzobispado de Sevilla, i en el obispado de Cádiz, donde habia necesidad de su celo para reducir á la fe de Cristo á los judíos conversos en otro tiempo, i ahora separados del camino de la verdad.

Los excesos de celo de la autoridad se agradecían y premiaban, y al que osaba protestar se le imponía silencio con el recuerdo de La Mano Negra.

Pero ella se ocupaba de su casa, de sus olivos y de su querido Gastón con una actividad metódica y un celo incansable que denotaban su procedencia. La grandeza es un don que se revela en todas las situaciones de la vida y sobre los escenarios más diversos: se muestra por igual en el trabajo y en el reposo y no brilla más en un salón que en una buhardilla.

Las madres desplegaban un celo escrupuloso en separar durante las horas de descanso a las que en las de trabajo propendían a juntarse, obedeciendo las naturales atracciones de la simpatía y de la congenialidad.

Llenaba con tanto celo su deber, que apenas, muy de tarde en tarde, escribía una carta, sobria y breve, a sus padres, ya habituados a aquel alejamiento, como padres de hijo marino que navega al otro lado del mundo. Su vida era reposada, monótona, sin emociones que le agitaran ni cavilaciones que le desvelasen; existencia plácida, quizá egoísta, de una tranquilidad análoga al silencio del campo.

Al canon del concilio de Aranda sucedieron en breve diversas prohibiciones análogas . Sin embargo, los desórdenes no se extirparon del todo, á pesar del celo mostrado por los superiores eclesiásticos, y merecieron en el siglo siguiente la condenación más severa. España á fines del siglo XV. Juan del Encina. La Celestina. Gil Vicente.

Tan luego como supo el domicilio de ellas se constituyó en asiduo paseante de la calle y comenzó a espiar los balcones de la casa con el celo y la insistencia del más rendido galán; pero los balcones permanecían herméticamente cerrados como los de un convento; por más que hizo nunca logró ver a Julia.