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El caso fue, repito, que di principio a la investigación, movido de una curiosidad muy grande; pero teniendo buen cuidado por acomodarme en lo posible a las naturales condiciones del terreno, de allanarme yo mismo al nivel de lo más sencillo y rudimentario: casi, casi, me introduje en su conciencia por las puertas aprendidas en la infancia en el catecismo del Padre Astete. «Sitios por donde había andado, ocupaciones que había tenido». En sustancia, de eso vinimos a tratar en los comienzos de mi labor. De lo primero no supe más que lo que ya sabía por Neluco Celis: un mundo de cuatro leguas, escasas, a la redonda de Tablanca; dos o tres familias del pelaje de la suya, esparcidas por él; dos ferias cada primavera, si el invierno no había sido muy largo, y tres o cuatro romerías en el transcurso de cada verano. ¿Deseaba ver algo más que eso? ¡Psh!... por desear propiamente, no. Ahora, alegrarse de tener ocasión de conocerlo un poco, puede que , porque a nadie le amarga un dulce; pero de todas suertes, a ella se le figuraba que no había de encontrarse a gusto entre tanto y «tan pomposo» revoltijo. Una amiga suya, de más allá del Puerto, la mandaba algunas veces un periódico de modas que ella recibía cada semana: por los dibujos y las explicaciones de ese papel, estaba al tanto de cómo se vestían las señoras para ir a las grandes fiestas y al paseo. «¡Virgen la mi madre», cuánto dinero debían de gastar en esas galas y diversiones, y qué mal la sentarían a ella tantos lujos, avezada a las pobrezas de una aldeúca montés y qué avergonzada se vería en aquellos festivales tan resplandecientes, debajo de unos perifollos que no sabría manejar!... ¡Quita, quita! Bien se está San Pedro en Roma. Algo más que las estampas de aquellas señoras, la entretenían en el papel unos dibujos de labores que se hacían fácilmente y sin costar mucho dinero. De ésas había ido llenando la casa. También había aprendido en el mismo papel a cortarse los vestidos y chaquetas. ¿Qué mejores entretenimientos para pasar horas sobrantes? Porque cuando no tenía labor para propia o para los de su casa, se la daban bien abundante la mitad de las mozas de Tablanca. ¡Como ella no sabía negarse, y las otras pobres no conocían otro refugio cuando se trataba de las galas domingueras!... «¡Pero qué curiosón era yo, Virgen de las Nieves! ¿Si querría burlarme de ella?» ¿Por qué la preguntaba esas cosas, ni qué podían importarme a , que tanto había visto por el mundo y conocería a tantas damas de las lujosas del papel? Ya contaba yo con esta salida de los carriles del asunto, lugar común de toda clase de interlocutoras en diálogos por el estilo: pura modestia. ¿Cómo no había de interesarme a , más que todo lo que llevaba visto de lo que hay y se ve en todas partes, aquel hallazgo tan lindo y tan nuevo, donde menos se podía esperar? No eran adulaciones ni «cortesanías de madrileño» estas palabras: podía jurárselo, y esperaba ser creído sin que ella me pusiera en un extremo tan desfavorable para mi formalidad. En esa confianza, lejos de enmendarme, reincidía en el supuesto pecado, y a la prueba si no. Lecturas. ¿Cuáles eran las que más la gustaban? ¿Qué libros había leído?... ¡Libros ella!... Si yo me refería a los que se usaban ahora. No pasaban de tres: dos que le había prestado la amiga del papel de modas, y otro que había traído su padre de Andalucía. Los de la amiga trataban de amoríos muy tiernos que la pusieron algo triste, porque le daba lástima de los pobres enamorados: en los dos libros se veían y se deseaban las parejas de novios para salirse con la suya. El libro de su padre tenía estampas, y era una historia de bandoleros que robaban y mataban y eran al mismo tiempo muy blandos y muy nobles de corazón. Eso no lo podía entender ella bien... Pues estos libros y «los de casa» eran los únicos que había leído en toda su vida. Y ¿cuáles eran «los de casa»? Pues uno muy grande y muy antiguo de Cartas de Santa Teresa, que ya se le sabía de memoria; el Año Cristiano, que leía en alta voz su madre todas las noches por el capítulo del santo correspondiente al día; la Guía de pecadores, que su abuelo leía del mismo modo de vez en cuando, y de tal arte, que la llenaba de espanto y no la dejaba dormir con sosiego después, en media semana; y, por último, Don Quijote de la Mancha.

Tablanca y Robacío eran dos pueblos que se «trataban» mucho; y las familias de Lita y de Neluco, muy amigas desde tiempo inmemorial: hasta había algo de parentesco entre ellas. Lita había pasado, de niña y de moza, buenas temporadas en casa de los Celis; y Neluco, mientras vivió en Robacío, a cada instante se llegaba a Tablanca y casi siempre comía y se hospedaba en casa de don Pedro Nolasco.

De este recuento traté de separar algunas partidas principales, a título de «reservas», para las eventualidades del invierno, que no podía tardar mucho en dejarse caer sobre Tablanca, y empecé a contar por los dedos: Chisco, su camarada Pito Salces, Tanasia y su padre el Topero, el Tarumbo, Neluco Celis, don Pedro Nolasco, su hija Mari Pepa y su nieta Lituca, el párroco don Sabas Peñas, Facia, la mujer gris; Tona, su hija; mi tío Celso y el escenario de Tablanca.

Para este efecto les propuso á D. José Miguel Llano y Valdez, patricio, á D. Joaquin Rubis de Celis, y D. Manuel de Mugrusa, europeos, con la mira de que saliese la vara de la casa de los Rodriguez, que pretendia hacerla hereditaria, y que ni ellos ni ninguno de sus parciales y domésticos, fuese elegido, pues hacian 18 años que estos sugetos estaban posesionados de aquellos empleos, sin permitir jamas que fuesen nombrados otros, por la desmedida ambicion de gobernar que los dominaba: y tambien para evitar las injusticias, estorsiones y violencias, que con título de jueces egecutaban con toda clase de gentes, validos del depotismo sin límite que habian adquirido, con el cual protegian todo género de vicios, de que adolecian sus dependientes y criados.

Dejéla memorias para él, que fueron recibidas por la intermediaria con un «resguardo» a mi favor de lo más fervoroso y pintoresco que se puede imaginar, y continuamos el médico y yo andando hacia la casa de don Pedro Nolasco, pero hablando mucho de don Sabas Peña, «una de las ruedas más importantes de la consabida máquina», al decir de Neluco Celis.

Neluco Celis: continuaba pareciéndome lo mismo que me pareció cuando le hablé por vez primera: discreto, simpático, de clarísima inteligencia y noble corazón, y un arca cerrada para guardar lo que a se me antojaba que debía estar al alcance de mi vista: verbigracia, su inclinación amorosa a la nieta de don Pedro Nolasco.

Para ayudarte a orillar las primeras dificultades, te recomiendo al Cura, que sabe tan bien como yo, y hasta mucho mejor que yo, de qué pie cojea cada uno de sus feligreses. También te puede servir de ayuda, y buena, Neluco Celis, el médico; que aunque mozo, tiene una voluntad de perlas para estas cosas, gran ojo y mayor entendimiento.