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Vuelve a mirarla decía el cazador . Aquí donde la ves, se mantiene con quince céntimos de queso cada dos días. El recuerdo de otra joya que había poseído, el famoso perro Puesto en ama, conmovía al Mosco.

Temblaba, no de miedo, sino de ansiedad y zozobra, con la inquietud del cazador que teme llegar tarde. ¡Ah, si caía sobre el enemigo, si le pillaba cerca de la puerta, lanzando a media voz sus mortales injurias!...

Weber, que era un muchacho muy travieso, publicó a los doce sus seis primeras fugas, y a los catorce compuso su ópera Las Ninfas del Bosque: la famosísima del Cazador la compuso a los treinta y seis.

El indomable teniente paseó largo rato su furor por las calles, animando con vivas interjecciones a sus huestes, lanzándolas en persecución de los rebeldes como un cazador lanza su jauría en persecución de un venado.

Un secreto instinto le avisaba, sin duda, el peligro, y venciendo esta vez la cortedad de su carácter, manifestó sus deseos. El gesto de lástima simpática que puso ella fué para acobardar al más valeroso cazador. Yo sólo me casaré con un hombre célebre. Foster quiso protestar.

Cuál, sin pestañear, mirando con su mano puesta en la espada y la otra con el rosario, estaba como figura de piedra sobre sepulcro; otro, alzadas las manos y extendidos los brazos a lo seráfico recibiendo las llagas; cuál, con la boca más abierta que la de mujer pedigüeña, sin hablar palabra, la enseñaba a su querida las entrañas por el gaznate; otro, pegado a la pared, dando pesadumbre a los ladrillos, parecía medirse con la esquina; cuál se paseaba como si le hubieran de querer por el portante, como a macho; otro, con una cartica en la mano, a uso de cazador con carne, parecía que llamaba halcón.

Al decir esto señalaba y seguía el soldado un rastro de sangre que teñía la hierba y las piedras del camino. Un ciervo herido, quizás.... No lo creo. Soy bastante buen cazador para descubrir su pista, si alguno hubiera pasado por aquí. Quienquiera que sea, no anda lejos. ¿Oís? Los tres se pusieron á escuchar.

A pesar de su prodigioso vigor, del arte con que tritura los huesos, no es el favorito de los reyes, que no deben de encontrarlo bastante elegante para figurar en sus blasones: en cambio, muchos pueblos le quieren por sus cualidades y hasta el cazador que le persigue siente por él, aun sin querer, cierta simpatía.

Y se llena la trompa muchas veces, y la vacía sobre la herida, la echa con fuerza que lo aturde, sobre el cazador. Ya va a entrar más a lo hondo el elefante. El cazador le dispara las cinco balas de su revólver en el vientre, y corre, por si se puede salvar, a un árbol cercano, mientras el elefante, con la trompa colgando, sale a la orilla, y se derrumba. Los dos ruiseñores

Quintanar le seguía muerto de sueño, encerrado en su uniforme de cazador, de que se reía no poco Frígilis, quien usaba la misma ropa en el monte y en la ciudad, y los mismos zapatos blancos de suela fuerte, claveteada.