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Cuando el viento riza las aguas, toman el aspecto y el brillo de la mica, y se ve el mar surcado por líneas blancas que indican las diversas profundidades. Lejos, detrás del Izarra, las lanchas pescadoras, negras, parecen inmóviles; algún barco de vela se presenta en el horizonte, y pasa una gaviota despacio, casi sin mover las alas.

Los portugueses habían llegado ya, caminando hacia Oriente. Los castellanos, caminando hacia el Occidente, ansiosos de circunnavegar el planeta, habían hallado un imprevisto obstáculo, un valladar inmenso, un continente extensísimo que se dilataba millares de leguas, casi desde un polo a otro, y que les cerraba el camino de Cipango, del Catay y de la India.

Las aguas penetran fácilmente la capa exterior arenosa y se detienen en otra mas espesa de arcilla, superpuesta á sedimentos muy sólidos. De ahí viene que miéntras el agua falta casi completamente en la superficie, se la encuentra con facilidad y en abundancia haciendo excavaciones ó aljibes, llamados en el país norias.

Hasta que mi hija llegó a tener ocho años, como apenas exigía otro cuidado que el de su corporal desarrollo, cuidado harto leve porque mi hija se ha criado con excelente salud, ora pensando yo en distraerme, ora anhelando hacerme apta para contribuir a su educación, he leído muchísimo y casi sin sentir me he convertido en marisabidilla. Soy franca admiradora de la literatura francesa.

Estaba todo perfumado, su traje era casi tan rico como el del Rey, su andar afeminado y lánguido; de sus orejas pendían zarcillos primorosos; de su garganta un collar de perlas; ceñía su frente una guirnalda de flores. Era el mismo Parsondes, que me echó los brazos al cuello. Yo soy, me dijo, muy otro del que antes era.

Pero sucedió también que al paso que la comprendía y que su Esencia se manifestaba tan visible y casi tangible, descendía una influencia de ella hacia , una influencia extraña, diferente de todas las influencias humanas, y que me dominaba con trascendente omnipotencia. ¿Cómo lo podré decir? Monje encerrado en mi celda, comencé la convivencia con la Santa a quien me consagrara.

Comenzó yendo a verla una vez por semana, como periódico de modas o entrega de novelón patibulario; luego cada tres días, cual si su amor fuese terciana, y acabó visitándola casi diariamente; no siendo lo lastimoso que menudeara las visitas, sino que entre el desasosiego que las precedía y lo desmazalado y lacio que solían dejarle, ni fuerza le quedaba en la lengua para humedecer un sello.

Para doña Carmen era toda mansedumbre y cariño: respecto de Clotilde y Javier, parecía vivir en sumisión forzada; les dirigía la palabra cortés y casi afectuosamente, pero siempre con tal circunspección y mesura, siempre con tan escasa confianza, que la reserva robaba espontaneidad a su lenguaje: diríase que medía y pesaba las palabras, evitando cuidadosamente todo lo que pudiese ocasionar piques y roces.

Al rayar este dia se caminaron casi tres leguas, porque no se habia de pasar adelante, si no es que incauto el ejèrcito se acercase demasiadamente al enemigo, y se presentase á su vista: fijáronse los reales, no en circulo como otras veces, sino en dos líneas, en órden de batalla, distante solamente dos leguas de los contrarios.

Las campesinas en casi todo el Canton, y las mujeres de las clases subalternas en la capital, se hacen notar por un vestido que no carece de algunas analogías con los que se usan en Holanda, pero que en Suiza es infinitamente mas gracioso. Como los tipos mas elegantes y curiosos los vímos en Interlaken y Grindelwald, reservo la descripcion de esos vestidos nacionales para el capítulo siguiente.