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Impelió, pues, el bote hasta el medio de la corriente; luego lo dejó arrastrar por ella durante un momento; pero no tardó en fijarse de que en la cercanía de la cascada, el río, como atraído por el abismo y arrebatado por el vértigo, precipitaba su curso con aterradora rapidez; tuvimos la revelación del peligro al verlo poner repentinamente el bote de través y comenzar á agitar los remos con febril energía.

Roncaron de nuevo los motores de los automóviles, el niño de la cascada abandonó su refugio con la esperanza ilusoria de que se fijasen en él y le diesen algo por despedida, y otra vez se vieron Maltrana y su séquito pasando a gran velocidad entre las frondosidades de Tijuca. Pero ahora no iban silenciosos y preocupados; el sol era más vivo, los árboles más verdes.

Terribles rumores suben de lo hondo y parecen predecirnos mala suerte: oimos la caída de las piedras que se desmoronan, el ruido de las ramas cargadas de lluvia que rechinan en el tronco, el sordo trueno de la cascada, y el chapoteo de las aguas del lago contra la orilla.

Nada más alegre á primera vista, ni más entristecedor que el espectáculo ofrecido por el movimiento de un objeto que se ha perdido en el remolino al precipitarse con la cascada. Una bellota de encina, todavía dentro de su cúpula, acaba de ser arrastrada por la caída y reaparece en medio de la espuma.

Sobre la superficie de las rocas que bordean la cascada, las gotas de agua forman un tenue capa de hielo y el líquido que se extiende lentamente por las fisuras de la peña se endurece en largos regueros transparentes, tan hermosos como las estalactitas de las grutas.

Murió en Hong-kong, dejando algunos trabajos inéditos, que el autor de estas líneas le vió escribir en una temporada que vivieron juntos. La tarde que llegué á Majayjay y en la que por primera vez hablé al Sr. Tóbler, se concertó que á la madrugada siguiente visitaríamos la cascada.

Y nosotros, amigo Pardo, volvemos con esto al tema de la cascada. Y bien, ¿ha quedado V. convencido de la verdad que encierra aquel tema, ó es de los que creen que las filipinas no aman? Creo como V., y en prueba de ello, le ruego que me entregue el autógrafo de la leyenda que nos contó en la cascada.

Y como el abismo en que se arroja el río Bogotá, comunica con las llanuras de la tierra caliente, alguna palmera se adelanta hasta la cascada misma; circunstancia que permite decir a los habitantes de Santa Fe que la cascada de Tequendama es tan alta, que el agua salta de la tierra fría a la caliente.

Si no es precisamente el Niágara me dijo la señorita Margarita, elevando un poco la voz para dominar el ruido de la cascada he oído decir, sin embargo, á los conocedores y á los artistas, que es bastante bella. ¿La ha admirado usted? ¡Bien! Ahora espero que concederá á Mervyn el poco entusiasmo que puede quedarle. ¡Aquí, Mervyn!

Muy de madrugada fuí despertado, tomando después del indispensable chocolate, los duros asientos de una carromata tirada por dos pencos. Palo aquí y atasques allá, llegamos al cabo de hora y media á Magdalena, en donde mudamos de caballos, continuando hasta Majayjay, pueblo muy nombrado y conocido por tener en su jurisdicción la célebre cascada del Botocan.