United States or Angola ? Vote for the TOP Country of the Week !


Una vez casada la pareja, la casamentera tiene en el hogar la autoridad y el prestigio que le dan su gestión anterior. Arreglará las desavenencias que ocurran, los disgustillos transitorios, las pequeñas trifulcas domésticas. Juzgará sin apelación e impondrá la paz, porque ambos cónyuges sienten por ella un respeto afectuoso. La casamentera casi pertenece al nuevo hogar.

Pero la verdadera casamentera no es la que ejerce este género de gestiones pedidas, sino aquella que, sin pedírselo nadie, se pone a concertar bodas y a tramar enlaces, usurpando su papel al azar o a los designios providenciales que rigen el nacimiento del amor en nuestro espíritu. Porque el amor, como el rayo, surge de una manera instantánea y fulminante, cuando menos lo pensamos.

No hay necesidad de indicar, por lo tanto, que su pasión casamentera les costó no pocos disgustos. Cuando algún lechuguino sentía brotar en su pecho la llama del amor, lo primero que hacía era mostrársela a las de Meré. Carmelita, estoy enamorado. ¿De quién, corazón, de quién? preguntaba la anciana con vivo interés. De Rosario Calvo. ¡Ajá! Buen gusto ha tenido el picarón.

En esta rapidez y en este fulgor de relámpago estriba precisamente el peligro por lo que toca a la duración, pues es difícil mantener la vida en tan fulmínea tensión espiritual. Por esto en otra crónica hemos defendido las ventajas del rescoldo sobre la llama, o sea del cariño sobre el amor. La psicología de la casamentera es, en el fondo, sencilla. Su norma es la bondad.

Este entrometimiento tiene también un calificativo popular: «hacer el gancho» o «servir de gancho» para que una pareja determinada concierte su unión. Por regla general es más frecuente la tendencia casamentera entre las señoras que entre los hombres. Este género de intervenciones se aviene mejor con el espíritu de la mujer.

La casamentera se limita a decir: «todo está arreglado». Se le piden informes, detalles, y ella repite impertérrita: «le digo que está arreglado todo». En el círculo va pasando la voz: «todo está arreglado». Y aunque, en realidad, nada haya arreglado, acaba todo por arreglarse, debido a esa suave presión del medio, a la atmósfera favorable, al ambiente, digamos así, que todo el circulo de relaciones ha creado a la boda.

No tiene en cuenta el estado espiritual de los seres que trata de unir, si hay o no correspondencia entre sus almas, si existe o no existe afinidad, si los corazones laten a compás y hay entre ellos mutua resonancia. El amor, en una palabra, nunca es tenido en cuenta por la casamentera. A su juicio, siendo armónicas las circunstancias armónicas a su parecer el amor tiene que producirse.

Las muchedumbres dejaron de matarse y colgaron las armas gracias a la feliz gestión casamentera de un canciller, que resolvió una vasta y pavorosa tragedia tramando una boda oportuna que acabó con el rencor de dos monarquías y de sus leales súbditos.

La casamentera ha sabido convertir a todo el círculo en casamentero.

La idea de la felicidad ajena guía su intervención. La casamentera armoniza a su gusto cualidades, tendencias, fortunas, representación social, etc. «A Fulano le conviene Fulana». «A Fulana le conviene Fulano». Ella, la casamentera, concierta lo que podríamos llamar condiciones externas Combina matrimonios en frío, como un matemático resuelve una ecuación.