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Pues pasó tiempo, y al año de casados, un día, de repente, plaf... entras en mi cuarto y me das una carta. ¿Yo? , una cartita que trajeron para . La abro, me quedo así un poco atontado... Me preguntas qué es, y te digo: «Nada, es la madre del pobre Valledor que me pide una recomendación para el alcalde...». Cojo mi sombrero y a la calle.

Las dotes son de dos maneras: la una se llama bigay-suso, que es lo que se da á la madre por haber dado los pechos á la hija; la otra se llama bigay-caya, que se destina para que los novios se mantengan después de casados, aunque á veces se gasta casi todo en la boda.

¡Estaba tan guapo, tan interesante, con su uniforme de teniente!... Parecía otro. Te confieso que yo iba con orgullo al lado de él, apoyada en su brazo. Nos tomaban por casados. Al verme llorar, unas pobres mujeres intentaron consolarme. «¡Valor, madama!... Su marido volverá.» Y él reía con estas equivocaciones. Únicamente mostraba tristeza al acordarse de nuestra madre.

La séptima, que demás de que los hombres estén inocentes de la culpa que les imputan, y ponen, por no padecer, dicen que lo hicieron y piden misericordia, por donde pierden la hacienda y hijos, y andan de puerta en puerta pidiendo por amor de Dios; y si están casados, pídenles las haciendas, porque hallan en derecho que las tienen perdidas, como en Castilla poco ha que sucedió, y se juzgó á uno, y este se llamaba el Labaredas.

Y arrastrado por su afán de catequista, añadió: Lo que usted debe hacer, señor de Maltrana, es ponerse bien con Dios; dar a ese ángel de bondad que vive con usted lo que le pertenece: unirse a ella como dispone la Santa Madre Iglesia. Isidro adivinó lo que el hermano quería decir. Se había enterado de que él y Feli no eran casados.

¿Qué dices ahí? exclamó la señorita Guichard con voz temblorosa por la cólera. Cálmate y escucha. Lo he descubierto todo hace un instante. Roussel es quien ha aconsejado y preparado el plan. ¡El miserable! Su coche espera al lado de la puertecilla del jardín y va á servir á los recién casados para alejarse de aquí. ¿Y qué hacer para impedírselo? No perder de vista á tu sobrina.

Belinchón se mantuvo grave y sombrío, como deben estarlo los héroes la víspera del combate. La noticia corrió como una chispa eléctrica por la población. El pasmo de los vecinos era indescriptible. A ninguno le cabía en la cabeza que una persona, entrada ya en años, con hijos casados, fuese a darse de sablazos con otra por cuestión de un ramal de carretera.

¡Qué le vamos a hacer, mamá! ¿No vale más que me lo diga ahora que después de casados? ¿No comprendes la vida de tormentos que pasaría unido a una mujer a quien no quisiera?... La pena que puede causarme en este momento, por grande que sea, no puede compararse a la que tendría al saber que mi marido no me amaba.

Lo que debe maravillaros, es que siendo vos secretario de Estado universal, no sepáis cosas que han pasado en palacio delante de todo el mundo. No tenéis un sólo amigo junto al rey; entre tanto yo me he visto obligada á ser madrina en nombre de su majestad la reina de los recién casados, cuando era padrino á nombre de su majestad el rey, el conde de Olivares.

A los tres meses de casados tuvieron una niña, Conchita; un año después un muchacho, al que pusieron por nombre Rafael, y por fin, la menor, Amparito, último fruto de unos amores que se extinguieron tras rápidas e intensas llamaradas.