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También había conocido la imitación grotesca del Estudiante él le llamaba así todavía y se complacía en observarle como si se mirase en un espejo de la Rigolade. No le quería mal. Le hubiera hecho un favor, siendo cosa fácil. Algunos le había hecho tal vez, sin que el otro lo supiera. Aunque sin aludir ya a la Regenta, se volvió a hablar de mujeres casadas.

Así es. Lo que no comprendo es por qué las casadas saben de eso, y no saben de eso las solteras. Porque las solteras no deben saberlo; porque si lo saben, deben aparentar que lo ignoran, y porque pierden mucho si miran con arte, a no ser tan maravilloso el arte con que miren, que ni el más ladino le note.

Pero yo he oído decir que los libertinos persiguen más a las casadas que a las solteras prosiguió Inesita con la terrible franqueza de su inocencia casi infantil. No es regla general. Voy, sin embargo, a conceder que lo es. Todavía afirmo que no hay regla sin excepción, y que en este caso el Conde ha perseguido a la soltera. ¿Y por qué lo afirmas? Porque lo he visto.

Tal vez las casadas, algunas por lo menos, podrían entenderle mejor.

Como el ama de la casa autorizaba sobradamente la tertulia, las mamás que nada esperaban ya de las vanidades del mundo, dejaban ir a las niñas solas. Además, nunca faltaban casadas todavía ganosas de cuidar la honra de sus retoños o de divertirse por cuenta propia. ¿Y quién duda que estas se harían respetar? Allí estaba Visitación por ejemplo.

Me asombro de ver por ahí madres muy cristianas, que celando hasta lo sumo las hijas solteras, ven con indiferencia los pecadillos de las casadas. Yo no soy así; por eso no quiero que se casen mis niñas; no, jamás, jamás. Casadas estarían libres de mi autoridad, y aunque no las creo capaces de nada malo, la idea de que pueden cometer una falta, siéndome imposible castigarla, me horripila.

No se puede creer nada. ¿Virtuosa?, tie gracia... Ninguna de estas casadas ricas lo es ni lo puede ser. Nosotras las del pueblo somos las únicas que tenemos virtud, cuando no nos engañan.

Pensó con alegría que lo que su novia ejecutaba, después de todo, nada tenía de censurable; que su piedad y su misticismo eran el reflejo de un noble y elevado espíritu; que esta misma piedad era la prenda más segura de su felicidad conyugal, pues la guardaría de las vanidades a que otras mujeres se entregan después de casadas; que nada tenía de particular que la pobrecita desease que su novio fuese creyente y devoto, dadas sus ideas acerca de la salvación eterna, y que en este concepto él había hecho muy mal en contrariarla de un modo tan obstinado, hiriéndola en lo más vivo de su fe sencilla y admirable.

Por otra parte, la familia no me tiraba gran cosa que digamos... Bien sabes la vida que traía mi ilustre padre. Mis hermanas estaban casadas, y mi hermano Ramiro gastando el último soplo de vida en endosar honradamente sus deudas a sus colaterales, y en despabilar a la última de las mujeres que a tal extremo le habían llevado en lo mejor de la vida.

Cuando pretende nuestro amor un desconocido, éste oculta bajo su negro frac un tipo convencional y no pudiendo nosotras leer en un rostro humano, si no logramos adivinar lo que encubre su máscara resulta que no conocemos al marido hasta después de casadas. » Entonces, eso es cosa resuelta agregué yo.