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La estrategia de unos y otros era graciosa: comenzaban ya a organizarse las combinaciones ministeriales, y en todas ellas hacíase el papel, delante de Butrón y delante de Jacobo, de reservarles a uno y otro las ansiadas carteras; mas volvía la espalda el joven Telémaco, y decían todos al prudente Mentor, y este era el primero en afirmarlo, que era una temeridad, un descrédito para el partido dar entrada en el futuro gabinete a un botarate, un loco sin decoro como Sabadell, y que la cartera que este esperaba había de darse al señor Fernández Gallego, hombre probo, orador famoso, capaz de desatascar un carro, cuanto más a un Gobierno, con sólo hacer oír en las orejas del tiro los rotundos períodos de su enérgica palabra.

Lo hay en esas fondas silenciosas, con comedores que se abren de tarde en tarde, solemnemente, cuando por acaso llega un huésped; en esos cafés solitarios donde los mozos miran perplejos y espantados cuando se pide un pistaje exótico; en esos obradores de sastrería que al pasar se ven por los balcones bajos y en que un viejo maestro, con su calva, se inclina sobre la mesa, y cuatro o seis mozuelas canturrean; en esas herrerías que repiquetean sonoras; en esos conventos con las celosías de madera ennegrecidas por los años; en esas persianas que se mueven discretamente cuando se oyen resonar pasos en la calleja desierta; en esas comadres que van a los hornos con sus mandiles rojos y verdes, o en esos anacalos que van a recoger el pan a las casas; en esas viejas que os detienen para quitaros un hilo blanco que lleváis a la espalda; en esos pregones de una enjalma que se ha perdido o de un vino que se vende barato; en esos niños que se dirigen con sus carteras a la escuela y se entretienen un momento jugando en una esquina; en esas devotas con sus negras mantillas que sacan una enorme llave y desaparecen por los zaguanes oscuros...

Hasta había carteras con áureas dedicatorias, y la piel gastada por el roce y el tiempo, conteniendo enormes papelotes, acciones de ferrocarriles a través de países salvajes, títulos de propiedad de territorios sobre los cuales habían de levantarse ciudades; valores de empresas locas que se desarrollaban en las praderas yankees o las pampas argentinas regalados en noche de beneficio, como testimonio del afecto práctico de los americanos que al entusiasmo unen siempre la utilidad.

Mi marido es protestante, pero me deja entera libertad, y mis dos hijos son católicos. Por esto hemos querido desde el primer día venir a saludaros, señor abate. Por eso y por otra cosa continuó Bettina, mas para la otra cosa necesitamos nuestras carteras. Aquí las tenéis, señorita respondió Juan. Esta es la mía. Y esta otra la mía.

Mis doce ministros avanzaban con sus grandes carteras llenas de billetes; mi escolta me abría paso entre el gentío implorante de la escalinata; mis caballos se impacientaban, relinchando y coceando al darse cuenta de que algunos inteligentes se habían aprovechado de la aglomeración para manosear sus corvejones y sus ancas. Otra palabra, señor Spadoni: la última.

Jacinta y su marido se miraron. O Mujeres de la Biblia prosiguió Ido, enseñando carteras . Como el Sr. de Santa Cruz me dijo el otro día en casa del Sr. de Pez que deseaba conocer las publicaciones de las casas de Barcelona que tengo el honor de representar... ¿O quiere usted Cortesanas célebres, Persecuciones religiosas, Hijos del Trabajo, Grandes inventos, Dioses del Paganismo...? iv

Este dejó en el suelo las carteras y el claque, que no se cerraba nunca, y cayó sobre las chuletas como un tigre... Entre los mascullones salían de su boca palabras y frases desordenadas: «Agradecidísimo... Francamente, habría sido falta de educación desairar... No es que tenga apetito, naturalmente... He almorzado fuerte... ¿pero cómo desairar? Agradecidísimo...».

Blas le puso en la cabeza el primogénito de todos los claques, en una mano las mugrientas carteras, en otra los dos duros que para el caso le dio la señorita; la puerta se cerró y oyose el pesado, inseguro paso del hombre eléctrico por las escaleras abajo. A no me divierte esto opinó Jacinta . Me da miedo. ¡Pobre hombre! La miseria, el no comer le habrán puesto así.

No había cosa que no estuviera pronto a sacrificar por Mariquita: el estanco con anaquelería, puros, carteras de sellos, papeles de matrículas, todo se le antojaba poco para arrojarlo a los pies de aquella sirena. ¡Cuán horrible le parecía, al volver a casa, la severa figura de su esposa doña Frasquita! ¡Qué fea estaba con aquellos parches de alquitira en las sienes y aquella eterna labor de calceta azul entre las manos!

Miss Percival tenía el mismo acento de su hermana, los mismos grandes ojos negros, risueños y alegres, y los mismos cabellos, no rojos, sino rubios, con reflejos dorados en los que jugaba con delicadeza la luz del sol. Saludó a Juan con una graciosa sonrisa, y éste, después de entregar a Paulina la ensaladera de achicoria, se fue a buscar las dos carteras.