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Sor Ana la trataba verdaderamente como a hija, y en sus palabras de consuelo, en sus llamamientos a la fe cristiana, se comprendía que contestaba a algunas cartas en que la muerta le hablaba de sus dolores y de su desesperación.

Llevarás una visita mía. ¡El viejo te recibirá mejor que al rey! Y diciendo y haciendo, sentose el prohombre a la mesa atestada de periódicos, cartas y libros, y tomando un pliego de timbrado papel, dejó correr la mano garrapateando el blanco folio con su letra precipitada, ininteligible casi, de hombre abrumado de asuntos.

La villana de la Sagra comienza en una posada: dos criados se entretienen en la antesala jugando á las cartas, mientras sus señores, en la habitación contigua, hacen lo mismo. Las bromas de los dos bribones, á costa de sus amos, son muy divertidas; pero pronto pasan de las burlas á las veras, se acaloran, y el uno da un bofetón al otro.

¿No me haces ningún encargo? me preguntó entre llorosa y risueña. , tía. La ropa limpia. Con ella el traje nuevo. ¿Y nada más? Nada más. ¡Ah! Si escribe Angelina mándeme usted las cartas. Las mete usted en otra cubierta. A mi buen Andrés muchas cosas. Y adiós, tía, que no hay tiempo que perder.... ¡Vaya, un abrazo, señora mía! ¡Otro a usted, señora Juana! Cuide usted de mis pájaros y mis flores.

Corrí a mi cuarto, encendí el quinqué, y, presa de hondísima emoción, leí la carta. Mi tía pretendía en vano disimular su impaciencia. ¿Qué dice?... ¡Vamos, tía, calma, calma! Voy a leerla; pero que tía Carmen la oiga también.... Linilla había previsto el caso, y escribió dos cartas: una para que pudiera yo leerla delante de mis tías; la otra para .... ¡Sólo para !

Diga V. m. al mi S.^r el Condestable, q. soy espía de sus venidas, y q. assy he sabido q. venia a comer aquy. Lo q. ay de nuevo en su absencia, es, que anoche tuue cartas de auisos de Flandes, q. dizen que espera el Archiduq.^e q. le embiaran 12 galeras y 4 mill soldados, con dos mill forzados para ellas.

El cabello negro y áspero tenía bastantes canas, y generalmente se veía la potente cabeza apoyada en una mano negra, tostada, cuyas venas retorcidas y tendones y músculos recordaban la mano que D. Quijote enseñó a Maritornes cuando lo colgaron del tragaluz de la venta. En un velador cercano tenía el guerrillero medicinas que tomaba cartas que leía, tabaco, un libro, un rosario y una pistola.

-Nunca las cartas de Amadís se firman -respondió don Quijote. -Está bien -respondió Sancho-, pero la libranza forzosamente se ha de firmar, y ésa, si se traslada, dirán que la firma es falsa y quedaréme sin pollinos. -La libranza irá en el mesmo librillo firmada; que, en viéndola, mi sobrina no pondrá dificultad en cumplilla.

Por el contrario, le debo un gran reconocimiento. Esperaba sus cartas todas las mañanas con una impaciencia de la que no puede usted tener idea. ¡Eran tan compasivas y tan conmovidas...! Se las leía a mis compañeros de trinchera y luego a mis camaradas de ocupación en Maguncia. LEONIE. ¿Tenías celos?

¡Cómo! Al quitar á don Rodrigo Calderón, después de haberle vencido, el rizo y el lazo que había robado Calderón á doña Clara, le quitó también esas dos cartas que Calderón, por ser tan importantes, llevaba sobre , y entregó con la prenda las cartas á doña Clara.