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A las nueve de la mañana se veía en las inmediaciones de la estación de las Delicias una multitud de carruajes de lujo, de los cuales salieron las damas y los caballeros ataviados según las circunstancias; ellas con vistosos trajes de fantasía para las excursiones campestres, ligeros y claros; ellos de americana y hongo, pero imprimiendo en este sencillísimo traje el sello de su capricho, procurando, como es justo, apartarse de los hongos y americanas conocidos hasta el día.

Va a caer una lluvia de oro sobre toda la comarca... ¡Un movimiento! ¡un barullo! carruajes de cuatro caballos, postillones empolvados, rally-papers, paseos, bailes, fuegos artificiales... Y aquí en el bosque, en este mismo camino que llevamos, encontraré quizá a París dentro de poco.

Suponiendo que la poblacion avecindada y la flotante suba á millon y medio de almas, que ciertamente no bajará, creo que á cada quince personas podria tocar un carruaje: creo que en Paris no hay menos de cien mil carruajes de todas matrículas y cataduras. Hablando solamente de los coches públicos, puedo asegurar que he llegado á ver hasta el número once mil y tantos.

Por todas partes no hay mas que saqueos y robos; se imponen contribuciones forzosas, se confiscan los caballos, las vacas, los bueyes, los carruajes. ¡Bah!, ¡bah!, ¡bah!, no es posible... ¿Qué me dicen ustedes? Eso me asombra; ¡unos hombres tan francos, unos amigos tan buenos, que vienen a salvar a Francia! No puedo creerlo. ¡Después de una proclama tan hermosa!

No hablo, por cierto, de las maravillas de la electricidad, de la fotografía, de la imprenta e de la medicina, que eran cosas abstractas para en ese tiempo: hablo de los carros, de los carruajes, de los vendedores ambulantes, del adoquinado, del agua corriente, que no podía comprender cómo manaba de una pared con sólo dar vuelta a una llave; del gas, que me producía verdadero delirio cada vez que pensaba en él; de las casas de vistas , de las vidrieras lujosas, del sombrero, de la ropa y hasta del modo de reír y conversar de las gentes.

El joven, a su vez, sufría el duro escozor de los celos y seguía con mirada de envidia a los convidados más felices que iban a Candore en carruajes variados. ¡Qué triste día! ¡Qué lúgubre y largo al lado del anterior, tan corto y tan radiante y que no tenía continuación! ¡Todo se había acabado! Su licencia expiraba dentro de ocho días.

Juanito las dejó a la puerta de Las Tres Rosas, para ir en busca de su novia, y ellas, al subir a las habitaciones de los señores de Cuadros, encontráronse con una tertulia formada por todos los amigos de la casa: familias de bolsistas y comerciantes retirados, que imitaban torpemente los ademanes y gestos que habían podido copiar por las tardes en la Alameda, paseando en sus carruajes por entre los de la antigua aristocracia.

Eran las horas meridianas, las horas de calor, cuando salieron desempedrando las calles de Marineda carruajes en que iban las comisiones del partido a esperar a los delegados de Cantabrialta.

La alarma aumentaba con el ruido de los carruajes que comenzaban a remolinear en la esquina del Club del Progreso, lo que les indicaba que el baile allí tocaba a su término, que de un momento a otro, Blanca llegaría a su casa y encontraría a Graciana disfrazada con su dominó.

Temía á los carruajes; le molestaba el roce de los transeúntes en las aceras. Se quejaba del movimiento de una capital de provincia, encontrándolo insufrible, él, que había visitado los puertos más importantes de los dos hemisferios.