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Puestos otra vez en marcha, el sol, que iba ya calentando, principió á acariciarnos dentro del coche, y acabó por dormirnos amorosísimamente..... Nueva Carolina, Pedroso, Gomecello, Y Moriscos, nombres que ningún eco habrían hallado en nuestra memoria, aunque no hubiésemos estado dormidos.

La señora de Galba dejó caer con espanto la ropa y mirole fijamente. Como no sentía para él el cariño que avivaba la percepción de Carolina, no podía distinguirlo aún de sus congéneres. En un momento recordó la pasada pena, y con vaga sospecha de un peligro inminente, le preguntó cuándo se había marchado de la casa de su amo. ¡Oh, mucho tiempo! Yo no gustar Fiddletown. No gustar Tlevelick.

Pero la grave cuestión era que Carlota no podía irse con él a la ventura. Se hallaba ya bastante adelantada en su embarazo, y mientras no tuviera casa era expuesto llevársela. D.ª Carolina se mostró magnánima. Carlota se quedaría con sus padres hasta que Mario hallase un medio de vivir.

Allí estuvo tendida por largo tiempo en dulce y apacible beatitud. Un día, cansada Carolina de velar, se había dormido a su lado, y los delgados dedos de la señora de Ponce se posaban sobre su cabeza como en tierna bendición. A poco, llamó a Juan. ¿Quién ha venido hace poco? dijo en voz apenas perceptible. La señorita de Corlear dijo Juan, contestando a la mirada de sus hundidas pupilas.

¡Mejor que mejor! Repuso don Quintín, echando una mirada codiciosa al busto de Carolina.

Carolina había dicho que vendría a principios de Setiembre, sin fijar fecha. ¡Qué ansiedad! ¡Y el día 2...! Lo primero que tenía que hacer la afanada señora era detener el golpe del prestamista, o aplazarlo por unos días al menos, hasta que Pez viniera.

Mas apenas los divisó ésta, corrió a refugiarse en su cuarto, que cerró con un violento portazo. D.ª Carolina dirigió una sonrisa dulce al violinista, en cuyos ojos se pintaba el espanto. Presentación, abre dijo aquélla llamando con los nudillos a la puerta. Timoteo necesita hablar contigo dos palabras. Nada tiene que hablar Timoteo conmigo respondieron de adentro.

Porque ¿qué culpa tenía Carlota de que se levantase a las seis de la mañana, habiéndole dicho la noche anterior que oiría misa a las diez en el Sacramento? ¿Ni por qué pedía a grandes voces el almuerzo a las once, si le constaba que hasta las dos lo menos no había de salir de tiendas D.ª Carolina con sus hijas?

Buenas noches, señores dijo éste acercándose al patíbulo. ¿Cómo sigue usted, doña Carolina?... ¿Qué tal, D. Pantaleón? ¿Y ustedes, niñas? Todos buenos, todos buenos, y todos sonrientes, acogiendo a D. Laureano con la misma alegría que a un bienhechor de la humanidad.

Hallé á la señorita Helouin sola en el castillo. Le llevaba un trimestre de su pensión; pues si bien por mis funciones soy, en general, completamente extraño al orden y disciplina interiores de la casa, las señoras han deseado, sin duda por miramientos á la señorita Carolina y á , que sus sueldos y los míos sean excepcionalmente pagados por mismo.