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Flora lo advierte y le pregunta el motivo. Tarda en responder la zagala. Al cabo desahoga su pecho y le cuenta sus inquietudes, sus tristezas engendradas por las palabras que se le escaparon á su hermano Pepín el día del Carmen. Verdad que estas palabras llovían sobre mojado. Por eso sin duda le habían causado impresión tan honda. Flora se apresuró á tranquilizarla.

Se desvanecería de terror viendo a otros hombres afrontar el peligro vistiendo el mismo traje que su Juan. A los tres años de matrimonio, el espada sufrió una cogida en Valencia. Carmen tardó en enterarse.

En él decía: «Estoy bien y mucho más contenta; no dejes de venir pronto a vernos y procura estar amable con Narcisa: es un favor que te pido». Después que el emisario partió, gozoso de servir a su bella protectora, Carmen se quedó arrepentida de inducir a Salvador a una farsa con aquel impremeditado ruego.

Clementina creyó notar en estas palabras una intención malévola y se mordió los labios de ira. La tristísima escena que se ofreció a su vista, apenas se aproximó al lecho de D.ª Carmen, consiguió apagar su odio breve instante.

Llegando a la sala, la mujer y la niña fueron derechas al sillón, y mientras Carmen se inclinaba devota a besar las manos del enfermo decíale Rita acongojada: ¿Se siente mal? Sin responder a esto, el de Luzmela preguntó a su vez, mirando a la vieja: Oye, ¿a ti qué te parece de mi hermana: es buena?

Componíase ésta de una anciana que se decía descendiente del gran general Ollantay, dos hijas, Carmen y Teresa, y un mancebo llamado Tomás. La choza estaba situada a la falda del cerro de Laycacota. Ella con quince o veinte más constituían lo que se llama una aldea de cien habitantes.

Es curioso notar que mis paisanos, los budistas villaverdinos, nunca se alegran y regocijan como en día tan lúgubre y de tan penosas memorias. No podía suceder de otra manera en la ciudad de las «almas tristes». ¡Cómo suspiré en el Colegio por aquella fiesta y aquel paseo! Así es que al ver que tía Carmen seguía bien me encaminé hacia Barrio Viejo.

Probablemente el último caso de esta especie ha sido la de Carmen Marín, "la endemoniada o espirituada", en el que intervinieron el arzobispo, sacerdotes y monjas, que conmovió profundamente a la sociedad de Santiago de Chile, en el segundo semestre de 1857, y que se encuentra documentado con informes de médicos y de presbíteros, en la "Revista Médica de Santiago", de Octubre de ese año.

Al verla hoy dirigirse á tan cariñosa y risueña, me dió un vuelco el corazón; se me cortó la voz: seguramente me puse pálido. Nunca me ha pasado esto con Carmen. Á los ocho días de tratarla ya me la sabía de memoria y predecía todas sus respuestas y ademanes. ¡Pobre Carmen, qué mal le pago el amor que me tiene! Pero ella, ó el diablo por ella, se empeña en quitarme las ilusiones.

Se dice que son muy malos, y yo lo creo... Pero el marquesillo me gusta tanto... Es lo que ambiciono para marido; y él me jura que lo será... ¡Jesús, qué cosa tan buena! ¡Qué hermosa figura, qué modales, qué manera de vestir tan suya...! Pero yo me pregunto una cosa: ¿dirá que me quiere porque sabe que voy a ser riquísima?... Mucho cuidado, mujer; no te fíes, no te fíes... Por de pronto le agradezco sus invenciones delicadas para ofrecerme dinero y obligarme a aceptarlo... Por nada del mundo lo aceptaría... ¡Humillarme yo!... Antes morir... ¡Las cinco, Virgen del Carmen, y yo despierta!