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«Luego le mandaré a usted una perdiz y dos entrecotes dijo a Rosalía azotándola con su abanico . No, no me lo agradezca... Si yo no lo he de probar. A me sobra carne... Ayer he repartido entre los vecinos un solomillo magnífico que mandé traer de la plaza del Carmen, esperando tener convidados... ¡Si viera usted aquella pobre gente qué agradecida...! Mi casa es la Beneficencia.

Hijas mías, yo he hecho lo posible, y tenía su palabra; pero ¿acaso no está entre los muchachos? No, señor, no está, replicó la joven; ya lo he buscado con los ojos y no lo veo. Pero, Carmen, hija, añadió el alcalde, no te apesadumbres, si el hermano cura te responde, tu hablarás con Pablo.

Pero la verdad era que el joven español se sentía apasionado de Carmen, la mayor de las hijas de la anciana, y que ella no se daba por ofendida con ser objeto de las amorosas ansias del mancebo.

Decidiose que Carmen, con la planchadora y el jardinero, irían a recorrer la huerta, pues se sospechaba que faltándole práctica, no había de volar muy lejos del primer arranque, mientras Marta y Ricardo lo buscarían por toda la casa en la contingencia de que se hubiese quedado dentro brincando por las salas, como lo había hecho ya otra vez.

Mire V., señor doctor, hace muchos días que esperaba esto... vamos, que me buscara V. ¿V. lo esperaba? Tan seguro lo tenía, que antes de venir he pedido permiso a mi ama doña Carmen. ¿Y qué le ha dicho a V.? ¿Y por qué lo sospechaba V.? ¿Me da V. su permiso para que hable clarito? Se lo ruego.

Pero a ti no te había de negar... ¡Qué alegría!... ¡Ya tenemos piso principal! ¡Viva San José bendito! ¡Vivaaaa!... ¡Viva la Virgen del Carmen!... ¡Vivaaaa! Porque a ellos se le debe todo. Tarde o temprano, Manolo me habría dado esos cuartos. ¡Ah!, yo le conozco bien. ¡Si es un angelote, un bendito, un alma de Dios...! ii

Iban todas a subir a la habitación de la abuelita, cuando sonó el timbre de calle y se anunció José Luis. ¿Y piensas recibirle así? dijo Carmen mirando a Laura de arriba abajo, sorprendida de su desaliño. Ella le respondió con un ligero gesto de fastidio. Pero , Adriana, mientras ellas suben con él, vendrás a conversar conmigo.

El hombre estrechó la mano del empleado, dejando dentro de ella algo que humanizó su fiero gesto. Me conose usté, ¿verdá?... dijo el recién venido . ¿De vera que no me conose?... Soy el cuñao de Gallardo, y esta señora es su esposa. Carmen miraba a todos lados en el abandonado patio.

Cuatro años llevaba en la áspera ruta, y se había hecho una mujer a fuerza de sufrir y de llorar. La vida de familia en Rucanto era espantosa. Carmen miraba siempre con el mismo miedo y el mismo asombro a doña Rebeca y a sus hijos.

Distraída afirmó la muchacha: ..., él bien te mira.... Bueno; pues quiero conocer sus propósitos, porque así estamos perdiendo el tiempo, y yo me perjudico. Aun dijo Carmen, perpleja: te perjudicas.... Pues es preciso que te enteres pronto y bien de su intención..., con disimulo..., y si no, ¡pobre de ti! La niña, como un eco, repitió mentalmente: ¡Pobre de !