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Su Majestad se había incorporado en el lecho. Aún tenía puesta la venda. El general avanzó lentamente, con respeto y cortedad. Extendió la mano con el candelero. La luz iluminó de lleno el semblante de D. Carlos, en el cual no resplandecía ningún destello ni aun chispa leve de inteligencia. Zumalacárregui dijo con voz ahogada por la emoción: «Señor»: y se inclinó. Parecía un pino que se dobla.

Costaron dos varas de raso negro a ducado la vara y de un par de calças negras 12 reales las quales fueron para poner en el mastil de san françisco ... 1158 mrs. Si queremos conocer un nuevo festejo que vino á aumentar el programa, como hoy decimos, de los sevillanos, tenemos que venir al año 1521, en el cual tuvo lugar la elevación á la silla del imperio, del Cesar Carlos V.

Aquí todas nacen de pie dijo la Burlada a Crescencia , menos nosotras, que hemos caído en el mundo como talegos». Y la Casiana, afilando más su cara caballuna, hasta darle proporciones monstruosas, dijo con acento de compasión lúgubre: «¡Pobre Don Carlos! Está más loco que una cabra».

»A partir de este día, Carlos fue mi protegido, mi favorito, mi más fiel servidor. Nunca afecto alguno fue tan ampliamente recompensado. Su única ocupación era adivinar mis pensamientos para adelantarse a mis órdenes, para satisfacer mis caprichos. »¡Ah! le dije llorando; ¡ya no me queda ningún amigo! »Teobaldo se quedó.

Don Carlos sacó de su cintura un revólver, apuntándolo contra el pecho de Manos Duras. Y tu un ladrón de novillos, al que todos tienen miedo no por qué. Pero si vuelves á robarme uno de mis animales, este viejo se encargará de hacerte justicia.

Más de la mitad de su vida la pasó sirviendo al Emperador Carlos Quinto y al actual monarca Don Felipe Segundo, en los galeones y galeazas armados a la ligera para tomar represalias sobre los pueblos desprevenidos o caer de improviso sobre algún cargamento del turco. Conocía las islas del Levante y los menores recovecos de los golfos.

Carlos había podido admirar la valentía, la sangre fría y la sonriente resignación de aquella niña mimada de la suerte y de la fortuna, amenazada a los veinte años de dar un eterno adiós a todos los goces que le estaban prometidos.

Las composiciones religiosas, llamadas ordinariamente autos, se representaban sin duda en ciertas festividades de la Iglesia, pero también á veces con ocasión de otras profanas, ya dentro de los edificios destinados al culto, ya en las calles y plazas públicas . Para formarnos una idea de estas últimas, aunque no tan exacta como sería de desear, pueden servirnos las palabras siguientes de Sandoval en su Historia del emperador Carlos V: «El 5 de Junio de 1527 se celebraron en Valladolid diversas fiestas en el bautismo del infante Don Felipe.

Cumplido el ceremonial, Villamelón abandonó la mano de su ahijado y quedóse atrás, en actitud señoril, pero estudiada, contemplando estático las grandes narices de Carlos III, que tenía frente a frente, mirando de cuando en cuando con el rabillo del ojo a uno y otro lado, y diciendo para sus adentros: Mucho me miran... Debo de estar hermoso.

»Los días de peligro han pasado decía; Teobaldo se encuentra mejor, la Providencia nos protege. »Tenía razón. Dios se había compadecido de nosotros. »Carlos se libró del contagio, y Teobaldo convalecía; pero el mal había dejado impresa en él su terrible huella, y, menos afortunado que yo, quedó desfigurado.