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No daba a conocer fácilmente sus opiniones; pero pasaba por ferviente partidario de D. Carlos. Iba a misa todos los días y después de misa paseaba dos horas por la Taconera, cualquiera que fuese el tiempo. Salvador y D. Tomás hablaron breve rato.

MIGAS DE CARLOS IV. En una Revista leemos cómo preparaba Godoy las migas a lo Carlos IV. De una hogaza de pan candeal se cortan migas del tamaño de garbanzos, se humedecen con leche, se les pone sal y se envuelven en un paño.

¿Con qué fin te incomodas, cuando pronto vas a mejorar? preguntó Reginaldo filosóficamente. Pero yo permanecí callado, reflexionando en la opinión de sir Carlos Hoare, de que la daga empleada para el crimen frustrado, había sido una vieja arma florentina, envenenada. Este mismo hecho me hacía sospechar que el cobarde atentado llevado contra mi persona, había sido obra de mis enemigos.

El Comendador, que al fin no era una criatura inexperta, conoció pronto que amaba á Lucía y que de ella era amado; pero, pensando en su edad y en el idilio de D. Carlos, no se atrevía á declarar su amor, si bien le manifestaba con su constante solicitud en servir á Lucía. Ella no atinaba, entre tanto, á comprender la timidez del Comendador, á quien juzgaba enamorado.

»En efecto: la mañana de dicho día encontrábame en el salón de música, sentada cerca de Carlos, cuyos dedos corrían sobre el clavicordio, sin ocuparnos de la obra que teníamos delante.

En unas vistas que tuvo con el Rey de Francia Filipe su cuñado, entrevino Cárlos hijo del Rey de Nápoles, y deseando el Rey de Francia que fuesen amigos y se hablasen, siempre Don Pedro se escusó, y mostró en el semblante el pesar y el disgusto que tenia en el corazon, de que todos quedaron mal satisfechos y desabridos, y sin duda entónces Cárlos se previniera y armara, si creyera que las fuerzas del Rey de Aragon fueran iguales á su ánimo y pensamiento.

Se veía igual á las reses nuevas de don Carlos Rojas, que, ahitas por la exuberancia de su nutrición, permanecían con las patas dobladas sobre la alfalfa, mirando, inapetentes, toda la riqueza alimenticia que las rodeaba. Watson y Celinda eran jóvenes, tenían ilusiones y deseos, sabían en qué emplear su dinero.

Después que las paces y parentesco desterraron la guerra, por mantenerla daban los pueblos de Sicilia con mucha liberalidad sus haciendas á los soldados, que los defendian y amparaban contra Cárlos á quien temian; pero despues que con la paz se les quitó este miedo, comenzaron á sentir la mala vecindad de los soldados, y á desavenirse con ellos; disgustos que forzosamente habian de causar daños gravísimos, si la nueva expedicion no les atajara.

Teobaldo y Carlos estaban allí... a dos pasos de ... hablando sin duda de aquel misterio de que dependía su suerte y por consecuencia la mía. »Arrastrada por una mano de hierro y tentada por la curiosidad de saber el secreto que me negaban, me acerqué a la puerta, y pálida y anhelante, sin poder respirar apenas, bajé la cabeza y me puse a escuchar lo que decían.

El conde de Pópoli me aguardaba con impaciencia, y le conté el mal éxito de mis gestiones y la poca esperanza que debía tener; mientras hablaba, entró en el patio un carruaje. »Las puertas del salón se abrieron, y vi aparecer a Carlos, el cual se presentó en casa de mi marido, sereno y con la mayor dignidad.