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Roto el secreto, Frígilis tosía fuerte abajo a propósito, para que le oyera Ana, como diciendo: «No temas, estoy yo aquí». Pero como la malicia lo sabe todo, también supo esto Vetusta. Se dijo que Frígilis se había metido a vivir de pupilo en casa de la Regenta, en el caserón nobilísimo de los Ozores. Y decían unos: Será una obra de caridad.

A pesar de la profanadora faldilla, el aspecto de la imagen era imponente: el cadáver del Dios de la Caridad parecía dominar aquel conjunto ridículo de flores de trapo, candelabros sucios, estampas chillonas, tallas barrocas y pantorrillas de cera. Al examinar el templo, se notaba que todo lo demás estaba vivo o expresaba vida: el único muerto que había en la Iglesia era Cristo.

Cuando me sea mandado que escriba, y mi parecer acerca del remedio que se podia poner para regular estos padres sin ofensa ni daño suyo, antes con grandisimo útil, deseándoles hacer monarcas de las almas que son el verdadero tesoro de Cristo, y no del mundo y de sus intereses que es cieno vilisimo, me ofrezco á hacerlo con toda caridad y con las fuerzas que mas se sirviese darme su Divina Magestad.

Le hacía una muy extraña impresión aquella escena, le pareció que nunca había comprendido el contraste de la opulencia y la miseria. Le chocaba la satisfacción fútil que se reflejaba en el rostro de las que habían vaciado su bolsa de monedas, para hacer caridad.

Sin abandonar mis obligaciones sociales y mundanas visitas, tertulias, juntas de caridad, bailes, saraos, funerales, bodas consagro la mayor parte del tiempo a la lectura.

Vi que con su mucha hacienda y la de su marido haría un bien inmenso en estos lugares, empleándose en obras de caridad.

La verdad es que el pobre señor ha dado un bajón tremendo y no debe de haber estado para morisquetas de algunos meses acá. ¡Si será cierto lo que dice!... ¡Caridad, lástima, arrepentimiento... necesidad de transigir, decoro, reconciliación...!». Otro inciso.

Don Fadrique era ágil y fuerte, y nada ni nadie le inspiró jamás temor, más que su padre, á quien quiso entrañablemente. No por eso dejaba de conocer y aun de decir en confianza, cuando recordaba á su padre, después de muerto, que, si bien había sido un cumplido caballero, honrado, pundonoroso, buen marido y lleno de caridad para con los pobres, había sido también un vándalo.

Si lo hace por caridad, de veras digo que es usted una santa. El pobrecito está enfermo, y no puede valerse».

A me consta que es usted santo, y que no quiere que le descubran sus secretos de caridad sublime; y como me consta, lo digo. Busquemos, pues, a Nina, y cuando a mi compañía vuelva, gritaremos las dos: ¡Santo, santo, santo!».