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Perla, notando su inquietud, palmoteó con la alegría más extravagante. Ester también había alzado los ojos involuntariamente; y todas estas cuatro personas, viejos y jóvenes, se miraron unos á otros en silencio, basta que la niña prorrumpió en una carcajada, y gritó: Vámonos, madre; vámonos, ó ese viejo Hombre Negro que está ahí te atrapará. Ya se ha apoderado del ministro.

Al cabo de algún tiempo dio un grito y Tristán le vio sin sombrero. ¡Qué! ¿también a usted? dijo sin poder disimular su satisfacción. Pero el caballero presentó su sombrero diciendo con sorna: No; yo he sido más listo que usted y he podido atraparlo en el aire. Las señoras, que se hicieron cargo de la broma, soltaron la carcajada y aun exageraron un poco su risa.

Podrá tenerla repliqué yo muy formal ; pero en la mía no ha entrado nunca. ¡Jorria, trapacerón de satanincas! Soltó después la carcajada, y la soltó Lita al mismo tiempo. Ayudélas yo con otra, por la gracia que me hacían las dos; y enseguida comenzaron los «picadillos» y tiroteos que no podían faltar allí, entre los tres.

Les miro sin intención ninguna, ¡bien puede usted creerme! Con la sonrisa de vanidad triunfante que contraía su boca desdentada, Maripepa estaba tan horrible que don Félix necesitó volver la cara y proseguir rápidamente su camino para no soltar la carcajada. En esta disposición alegrísima llegó á su casa.

En aquella casa sólo había encontrado una amistad franca y despreocupada, un compañerismo algo irónico, como de persona obligada por la soledad a escoger entre los inferiores el camarada menos repulsivo. ¡Ay! cómo veía aún las risas escépticas y frías con que eran acogidas sus palabras, que él creía de ardorosa pasión. ¡Qué carcajada aquella, insolente y brutal como un latigazo, el día en que se atrevió a decir que estaba enamorado!

Antes teníamos cuatro quinqués encendidos; pero, hijo, se gastaba un Potosí, y nosotras estamos más pobrecitas que las arañas. Nos hicimos partidarias del obscurantismo... Hay que tener mucho ojo, por supuesto, porque ¡viene aquí cada gachó!... No paro de un lado a otro, como usted ve. Parezco una maestra de escuela... ¿No ha pasado usted al buffet? No dije sencillamente. Soltó una carcajada.

Pero al contacto de Rafael, al ver en sus ojos aquella expresión amorosa que ahora se marcaba con más atrevimiento, reaparecía la mujer de antes y reía con la misma carcajada irónica que penetraba como acero en las carnes del joven. ¿Y qué de extraño tendría eso? preguntó audazmente Rafael, imitando la sonrisa burlona.

Es una garantía. ¿El ser moreno es una garantía? dije dando una carcajada. ¡Ah! querida abuela... Y aprovechando la alegría que se leía en el semblante de la buena señora, cambié bruscamente de conversación. ¿Sabes dije, que las leyes, según este librote, se acordaban en otro tiempo con la religión para condenar el celibato?

Detuviéronse un instante en la habitación, y D. Manuel, poniéndole una cara muy seria, hizo a su primo esta pregunta: «Vamos a ver, sin guasa. En mi estado, sea bueno, sea malo, en mi estado presente, fíjate bien, tal como ahora estoy, ¿podría yo tener hijos?». Moreno Rubio soltó la carcajada. «Hombre, no digo que no. Podrías tener una escuela de párvulos».

¡Phs! la niña, aunque madurita, no tiene mal aquel... vamos... Me parece, sin embargo, que la pobrecilla irá a sentarse en el polletón? ¿Qué es eso? ¿No sabe usted lo que es el polletón? preguntó, haciendo una mueca rara y dejando escapar de la garganta un sonido más raro aún, que debía de equivaler a una carcajada.