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¡Ya lo creo, divertidísimo!... Ver las caras tan cómicas de esa pobre gente cuando se les pone al pecho el puñal de la caridad. ¡La bolsa... o el ridículo!... Y entregan las pobrecillas la bolsa y se quedan también con el ridículo. ¿Me traerá usted otra tarde, condesa?... , hija mía, con mil amores... Pero no me llames de usted, háblame de , dime Curra... ¡Vamos, que no soy tan vieja!...

Ninguno de los tres se parecía a los otros dos ni en el semblante ni en la complexión, y sólo con muy buena voluntad se les encontraba el aire de familia. De esta heterogeneidad de las tres caras vino sin duda la maliciosa versión de que los tales eran hijos de diferentes padres. Podía ser calumnia, podía no serlo; pero debe decirse para que el lector vaya formando juicio.

Sus caras, alteradas por el disimulo y la coquetería, eran rostros de esfinge, espejos de almas insondables. Aquellas mujeres, nacidas en las cumbres sociales, y mimadas por la fortuna, eran la obra perfecta de la Naturaleza, embellecida por las fuerzas de la civilización.

Imposible era que no fuesen caras á los españoles, siendo estos poemas dramáticos vivos y antiguos recuerdos de sus pasadas glorias.

Miguel, como buen Príncipe y valiente soldado viendo sus escuadrones rotos, y caballería, parte retirada, y parte deshecha, y en quien tenia puesta la mayor esperanza de vencer, sacó su caballo la vuelta del enemigo, y luego repentinamente quedó el caballo sin freno, y se arrojo á vuelta de los enemigos, detenido de los que estaban en su guarda hubo de subir en otro caballo, y sin tener por mal agüero el haber perdido el freno su caballo, se metia por lo mas peligroso, y con gran presteza animaba unos y socorria á otros, cuando con amenazas, cuando con ruegos, llamando á sus Capitanes y Maestres de Campo por sus nombres, que volviesen las caras, que resistiesen, que no perdiesen aquel dia con tanta mengua la reputacion del Imperio Romano.

No digo que no, tía María repuso don Modesto ; pero no me usted cartas en el asunto, y déjeme observar mi estricta neutralidad. No tengo dos caras; tengo la que me afeita Ramón, y no otra. En este momento entró Marisalada en la huerta.

¿Ha visto usted, señor, qué moritos graciosos? Y ahí donde usted los ve, con esas caras tan feotas, son unos infelices: más buenos que el pan. Los mejores de todos. Su marido, el hombre del sombrerón y la faja abultada, se aproximó al escuchar estas palabras. Se adivinaba qué iba a decir, como de costumbre, ansioso de fingida autoridad: «Calla, Ufrasia, y no molestes a este caballero.

Por las vidrieras de las ventanas pasaban y repasaban, mecidas por el viento, las verdes copas de los árboles del jardín. La mesa era servida por criadas jóvenes, de rizados y blancos delantales. Sus caras, sanas y rojas como melocotones, daban una impresión de perfume primaveral semejante al de las flores que adornaban la mesa. Aresti estaba sentado al lado de su prima.

Fue mi pasión tan vehemente que, no ya inútil, necia y vulgar me pareció la resistencia. Hasta en la misma tardanza vi yo algo de mezquino y grosero que aparecía en mi mente como frío artificio y estudiado melindre de mujer que anhela vender más caras sus finezas y realzar más de lo justo el precio y valer de sus favores retardando el concederlos.

Cuando mis ojos vean, si ven, no habrá para ellos otra hermosura más que la tuya celestial; todo lo demás será sombras y cosas lejanas que no fijarán mi atención. ¿Cómo es el semblante humano, Dios mío? ¿De qué modo se retrata el alma en las caras? Si la luz no sirve para enseñarnos lo real de nuestro pensamiento, ¿para qué sirve? Lo que es y lo que se siente, ¿no son una misma cosa?