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¿Ni vuestro hermano? No le tengo. ¿Ni vuestro amante? Nunca le he tenido. ¡Ah! ¿Qué os sucede? Quisiera saber quién os sigue. No volváis la cara, que sin que la volváis os sobrará acaso tiempo de saberlo. Pero si no es asunto vuestro... ¿Sabéis que sois muy curioso, caballero? ¡Ah!, perdonad: me callaré. No, hablad; hablad. Pero si mis palabras os ofenden... Habladme de lo que queráis.

Las dos mujeres quedaron solas cerca de su huésped, un poco inquietas, á pesar de los buenos presagios del médico, por aquella prolongada inmovilidad. Le miraban en silencio y el interés que les inspiraba su estado resultaba aumentado por una singular simpatía causada por la dulzura de su cara.

Por la noche se cantaba el D. Juan, cosido a tijeretazos, y todavía a las doce, después de recibir una ovación, le duraba el agradecimiento y el entusiasmo al tenor, que se encerró en su cuarto con su carísimo Reyes, y en mangas de camisa y con un calzón de punto, de seda color lila, muy ceñido, y en calcetines, apretaba contra su corazón a su salvador, y le llenaba la cara y el pelo de polvos de arroz, sin que ni uno ni otro se fijaran en estos pormenores.

Por la plaza, y por la calle larga que va desde ésta a la iglesia a orillas del mar, discurría también bastante gente. Basilisa tomó por la carretera de Rodillero, que ciñe la orilla opuesta da la pequeña ensenada frente por frente de Peñascosa, y marchó apresuradamente, casi a la carrera. ¿Por qué corres, mamá? ¿Dónde vamos? preguntó el niño acariciándole con sus manecitas la cara.

Que se me salten los ojos y no vuelva á ver la luz del sol, que me vea pidiendo de puerta en puerta una limosna y vaya á morir al hospital, si tengo más interés por él que por el carro de la basura... Anda, hijo, pues ni que estuviera echada á los perros para acordarme ya de ese tío sucio sin vergüenza. Primero me dejaba hacer tajaditas así que mirar más en cara á ese arrastrao.

Te digo que se la apedreo, mujer; tan cierto como que ahora es de noche y Dios nos ve. ¡Repelo!,¡no hay sino hacer irrisión de las gentes... de las infelices mujeres... de los pobres! ¿Pero has visto qué descaro, qué descaro tan atroz? En mi cara... en mi cara misma... ¡me valga san Dios!, ¡que esto no pasa entre los negros de allá de Guinea!

Su cara era huesosa, irregular, sumamente abultada en la parte superior; la frente tenía una exagerada convexidad, mientras la boca y los carrillos quedaban reducidos á muy mezquinas proporciones.

Eran caballos jerezanos de pura sangre, verdaderos sementales de la tierra, y elogiaba su cara alegre, sus ojos saltones, el corte elegante y esbelto de su figura, su paso enérgico.

Al cabo de algunos minutos cambió de postura, suspiró con fuerza y abrió los ojos, que eran negros como la tinta. Fijáronse un instante con vaga expresión de asombro en el duque, y cerrándolos de nuevo murmuró una interjección de carretero, hundiendo al mismo tiempo su cara en la almohada.

Era como el tinte de placidez que toma la cara del buen burgués al penetrar en el hogar doméstico. Saludáronse los dos amigos con el afecto de siempre.