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En resumen, Thiers abandonó Sevilla el viernes 26 de Septiembre, teniendo apenas tiempo para comer con el capitán general que lo invitó varias veces á su mesa, y dejando con la conducta que siguió en la ciudad harto enojados á los sevillanos cultos, como tan claramente se desprende de las citadas cartas.

Es de advertir que el lugar de donde partían las detonaciones, conocido con el nombre de "El Platanillo," servía de campamento á una partida rebelde, á la que, durante la tarde, había salido á batir el capitán Cossío, quien al salir de La Maya, dejó encomendada la defensa del poblado, al cabo Angulo, de la Guardia Rural, con seis números.

Un ciudadano que no hubiera sido marino, apenas se habría atrevido á llevar ese traje y mostrar esa cara, con tal desenfado y arrogancia, sabiendo que se exponía á sufrir un severo interrogatorio ante un magistrado, incurriendo probablemente en una crecida multa ó en algunos cuantos días de cárcel: pero tratándose de un capitán de buque, todo se consideraba perteneciente al oficio, así como las escamas son parte de un pez.

Sus ojos grises, de mirada fija e imperativa, ojos de hombre habituado al mando, eran lo único que justificaba la fama del capitán Llovet, la leyenda sombría que flotaba en torno de su nombre.

En cambio, la voz de la cordura, siempre prudente y mesurada, mostró ahora una tranquilidad heroica, hablando lo mismo que un hombre de paz que estima sus compromisos superiores á su vida. «Calma, Ferragut; has vendido tu buque con tu persona y te han dado millones. Debes cumplir lo que prometiste, aunque en ello te vaya la existencia... El Mare nostrum no puede navegar sin un capitán español.

Acudieron los bandoleros a espulgar al rucio, y a no dejarle ninguna cosa de cuantas en las alforjas y la maleta traía; y avínole bien a Sancho que en una ventrera que tenía ceñida venían los escudos del duque y los que habían sacado de su tierra, y, con todo eso, aquella buena gente le escardara y le mirara hasta lo que entre el cuero y la carne tuviera escondido, si no llegara en aquella sazón su capitán, el cual mostró ser de hasta edad de treinta y cuatro años, robusto, más que de mediana proporción, de mirar grave y color morena.

¡Ah, capitán!... ¡Quiérala usted mucho!... No la contraríe, obedézcala en todo... Ella le adora. Frecuentemente, volvía de sus viajes con visible mal humor. Ulises adivinaba que había estado en Roma. Otros días se mostraba alegre, con una alegría irónica y pesada. «Los mandolinistas parecían entrar en razón. Cada vez contaba Alemania más partidarios entre ellos.

Aquí prendieron al Capitán D. Joan de Castilla; ni fué nunca de parescer que se rindiese el fuerte: siempre dijo que quería morir peleando y defendiendo la parte que le tocaba con sus soldados, y ansí le mataron muchos dellos. Los del castillo, viendo lo que pasaba fuera, se abestionaron y pusieron sus guardias porque no entrasen los turcos.

Capitan Tinong, aunque tenía en much aquella reliquia, estaba dispuesto á cedérsela á su íntimo amigo, á quien no había podido visitar durante su enfermedad.

Abandonaron la caldera, que rodó hasta la llanura chocando de roca en roca, y con el corazón oprimido por la angustia y la frente bañada en frío sudor, atravesaron la última línea de rocas y bajaron hacia la playa. El Capitán no se había equivocado: en el campamento reinaba el desorden más espantoso.