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Ya lo ; estuviste dos horas y media en el confesonario, y el señor Ronzal se cansó de esperar y no tuvo contestación que dar al señor Pablo, que se volvió al pueblo creyendo que y Ronzal y yo y todos somos unos mequetrefes sin palabra, que sabemos explotarlos cuando los necesitamos y cuando ellos nos necesitan los dejamos en la estacada.

El viejo de las bufandas, al que llamaba la condesa cher maître, se cansó sin éxito dirigiendo peticiones á un criado que no quería entenderle. Avanzaba un plato vacío para obtener un pedazo de pastel ó una de las frutas, señalando ansiosamente el objeto de sus deseos.

Ya no era «el mallorquín de las onzas». El depósito de redondeles de oro guardado por su madre se había extinguido; pero arrojaba los billetes pródigamente en las mesas de juego, y cuando venía «la mala» escribía a su administrador, un abogado hijo de una familia de antiguos mossons, dependientes de los Febrer desde hacía siglos. Se cansó de Madrid, donde se consideraba casi un extranjero.

A pesar de sus triunfos, el poeta está triste; continuamente se lamenta de su constitución débil, que le impide realizar largos esfuerzos mentales. Yo concibo mucho dice, pero no puedo trabajar: me canso; por lo mismo, presiento que la mitad de las fábulas y de los personajes que he ideado, morirán conmigo... Y, aunque trabajase mucho, sería igual.

Las Casas lo sabía, lo sabía bien; pero ni bajó el tono, ni se cansó de acusar, ni de llamar crimen a lo que era, ni de contar en su «Descripción» las «crueldades», para que el rey mandara al menos que no fuesen tantas, por la vergüenza de que las supiera el mundo. El nombre de los malos no lo decía, porque era noble y les tuvo compasión.

Los balcones tan tristes como siempre. ¡Ah!... sale al mirador Barbarita para hablar con la rata eclesiástica... 'Adiós, adiós... vengo de dar mi paseíto... Estoy muy bien, hoy no me he cansado nada.... ¡Qué mentira tan grande he dicho! Me canso como nunca. Ahora, escalera de mi casa, benévola conmigo. Subamos... ¡Ay, qué corazón, maldito fuelle! Despacito, tiempo hay de llegar arriba.

El día siguiente lo pasó Amaury esperando una carta que, según él suponía, no dejaría Antoñita de enviarle para pedirle explicaciones acerca de sus palabras de la noche anterior; pero en vano se cansó de aguardar.

Y éste añade señalando a un compañero suyo , ¿tampoco sabes quién es? Tampoco. No quiénes sois; pero tal vez puedan informaros en el Juzgado municipal. Desde que estoy en el pueblo, numerosas personas se me han acercado para que les diga sus nombres. Al principio procuraba complacerlas y hacía esfuerzos inauditos a fin de recordar bien. Ahora ya no me canso.

Ustedes me han auscultado, me han preguntado si me canso al subir escaleras, a lo que yo he contestado que, desde luego, me canso mucho más que al bajarlas, me han obligado a respirar fuerte, y, por último, con un gesto de infinito desdén, me han dicho: ¡Bah!... Usted no tiene más que un simple resfriado...

Cuando el amo se cansó de dormir saltó del lecho. Ni el más tenue resplandor entraba por las rendijas. Creía haber dormido doce horas lo menos, pero aún era de noche. Abrió una ventana, y su cabeza tropezó cruelmente en la obscuridad; intentó franquear la puerta, y no pudo.