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En los aleros y canalones habían hecho sus nidos las golondrinas, y en los altos árboles se cobijaban cornejas y lechuzas que lanzaban de noche su grito siniestro. El jardín era un jardín abandonado, con un estanque misterioso y sombrío, a cuyas orillas los chopos, desprendiéndose de sus hojas, durante años rodearon de láminas de plata.

A veces las olas, saltando por encima de las bordas, inundaban la cubierta. El agua corría por toda ella y salía con fragor de catarata por los canalones de babor y estribor. El viejo Horn, aunque estaba solo sobre cubierta, afrontaba el huracán con serenidad admirable.

El gacetillero afirmaba en ella, con estilo sencillo y elegante, que el tiempo estaba delicioso, y que nada mejor podían hacer los habitantes de Sarrió en las horas de la tarde, que dar un paseo por las amenas y frondosas cercanías de la población. Otra: ¡Señor Alcalde, por Dios! Se excitaba a don Roque para que obligase a poner canalones en algunas casas.

Mas de improviso se escuchó un derrumbamiento, un fragor como si el cielo se desfondase y sus cataratas se abriesen de golpe. Lluvia torrencial, que azotó las paredes, que inundó las tejas, que se precipitó por los canalones abajo, estrellándose en las losas de la calle.

Se detuvo un momento, jadeante por su discurso, echando el aliento a la cara de Luna. El clérigo estaba tan impregnado del ambiente de la catedral, que en su cuerpo parecían resumirse todos los olores del templo: su sotana tenía el perfume mohoso de la piedra vieja y las rejas herrumbrosas; por su boca parecían respirar los canalones y las gárgolas la rancia humedad de los desvanes.

Lleva media armadura empavonada con labores de oro, y sobre la coraza banda carmesí, de seda, hecha un airoso lazo, cuyas puntas le flotan a la espalda; gregüescos obscuros, botas y guantes de estezado fino, chambergo de plumas pardas y blancas y golilla de canalones estrechos; todo ello pintado con tal primor que, aunque el artista dudara y corrigiese mucho, por tratarse de obra de tanta dificultad, parece la ejecución lograda con increíble facilidad y soltura.

...Y yo oía la charla continua, en vascuence, de las amigas de mi abuela, y veía con desesperación el caer de la lluvia continua y monótona, y escuchaba el ruido de los chorros de agua que caían de los canalones a chocar en las aceras.

Pero en aquel momento yo me preocupaba más de mis pantorrillas que de las ajenas, como era, después de todo, mi deber. El agua y el barro me salpicaban hasta las narices; los canalones vomitaban en las aceras torrentes, que procuraba salvar apelando a mis recuerdos gimnásticos.

Le incomodaba la perenne sinfonía de la lluvia que se deslizaba por los canalones abajo o retiñía en los charcos causados por la depresión de las baldosas. Quedábanle dos recursos no más para combatir el tedio: discutir con su suegro o jugar un rato en el Casino.

Los árboles se agitaban al viento como incensarios; las flores, de color pálido, lánguidas, con anémica hermosura, olían a incienso, como si las bocanadas de aire de la catedral con que las impregnaban las cercanas puertas transformasen sus naturales perfumes. El agua de las lluvias, cayendo por las gárgolas y canalones de los tejados, dormía en dos profundas albercas de piedra.