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Entretanto, Melchor cruzaba campos, llevado por su zaino, cavilando sobre la conducta de Lorenzo y Ricardo, que así se resistían a acompañarle en la tarea que iba a desempeñar. Cuando llegó a casa de Anastasio encontró a Ramona poniendo agua a las gallinas. ¡Don Melchor!... ¡Ave María!... ¡Qué sorpresa... y cuánto gusto!... ¿Cómo le va, Ramona?

En los espacios libres de este desfile, en los paréntesis abiertos entre una batería y un regimiento, corrían pelotones de paisanos: grupos miserables que la invasión echaba por delante; poblaciones enteras que se habían disgregado siguiendo al ejército en su retirada. El avance de una nueva unidad los hacía salir del camino, continuando su marcha á través de los campos.

La provincia de Albay es, sin género de duda una de las más ricas del Archipiélago. El filamento llamado abacá, es una inagotable mina de los campos que comprenden aquella provincia.

Guerreros ambos de mucha nombradía, sus proezas los habían llevado á muy distintos países y campos de combate, sin darles hasta entonces la oportunidad de medirse cuerpo á cuerpo. Dióse la señal, y puestas las lanzas en los ristres arremetieron uno contra otro ambos combatientes, encontrándose con tremendo choque frente á la regia tribuna.

Así habría sucedido sin duda, pues un sol de fuego caía a plomo sobre los campos, en los que danzaba macábricamente un temblequeante vaho de capas superpuestas entre las que todo se agitaba, desfigurándose con perfiles movibles y ridículos, pues tan pronto parecía que los álamos y los eucaliptus se encogían en contorsiones de dolor, como parecía que los ombúes se empinaban en espirales, o que las vacas multiplicaban repentinamente el número de sus patas, sus cabezas, o sus colas.

Madrid, en tanto, servía de asilo a comités o juntas fomentadoras del levantamiento, y la misma libertad, combatida en los campos a balazos, era en la Corte aprovechada impunemente por el bando faccioso.

Este bardo argentino dejó a un lado a Dido y Arjea, que sus predecesores los Varelas trataron con maestría clásica y estro poético, pero sin suceso y sin consecuencia, porque nada agregaban al caudal de nociones europeas, y volvió sus miradas al desierto, y allá en la inmensidad sin límites, en las soledades en que vaga el salvaje, en la lejana zona de fuego que el viajero ve acercarse cuando los campos se incendían, halló las inspiraciones que proporciona a la imaginación el espectáculo de una naturaleza solemne, grandiosa, inconmensurable, callada; y entonces el eco de sus versos pudo hacerse oír con aprobación aun por la península española.

Un marido que ve á su mujer entrando con un hombre en una secreta alcoba, no habría sentido más ira, ni más celos que Cabesang Tales viendo á aquellos dos dirigirse á sus campos, á los campos por él trabajados y que creía poder legar á sus hijos.

No brotó en los campos de la gloria el árbol de tu triste independencia: nació como un aborto de la historia, surgió como un hedor de pestilencia, como el miasma mefítico de un lago, como el mal de una pútrida conciencia. No espere nunca el lisonjero halago de inmarchito laurel tu saña impía, nacida para el luto y el estrago.

Caía la noche. Los fuegos de la isla Nou se encendieron poco á poco en la bruma transparente que se extendía por el mar, y, en lontananza, se dibujó la forma del presidio, de los campos y de los almacenes, contorneada por los faroles que los alumbraban.