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Donde quiera se encuentran allí tesoros de arquitectura, escultura y pintura, que le recuerdan al viajero todo lo que la civilizacion romana, y despues la de la edad media hacinaron en los campos de la Galia meridional para dejar magníficas huellas de su paso.

España estaba entonces debilitadisima: echado por tierra su comercio, la labranza de los campos bastante frecuentada; pero por la general pobreza sin producir á los labradores buenas rentas, sino mezquinas cantidades.

Los extranjeros han conquistado ya sobre nosotros la mayor parte de los Campos Elíseos y del bulevar Malesherbes; ellos avanzan, se extienden; nosotros retrocedemos, rechazados por la invasión, y nos vemos obligados a expatriarnos.

Sin contar los que anden por esos campos. Entonces, ¿qué quieres que haga Piorette, con sus trescientos hombres, frente a tal muchedumbre de bandidos? Te lo pregunto con toda franqueza, Hullin.

Y el vehículo salió del camino, hundiendo sus ruedas en la tierra removida, teniendo que hacer grandes rodeos para evitar los sepulcros esparcidos caprichosamente por los azares del combate. Casi todos los campos estaban arados. El trabajo del hombre se extendía de tumba en tumba, haciéndose más visible así como la mañana iba repeliendo su envoltura de nieblas.

Acudían á la muerta población hombres de todos los países, deseosos de roturar un suelo que podía después ser suyo. Una costra de verde tierno y luminoso iba cubriendo los campos antes polvorientos. Los matorrales secos y punzantes cedían el sitio á los árboles jóvenes.

Desde entonces, los campos que hacía más de cien años trabajaban los ascendientes del pobre labrador habían quedado abandonados á orilla del camino. Su barraca, deshabitada, sin una mano misericordiosa que echase un remiendo á la techumbre ni un puñado de barro á las grietas de las paredes, se iba hundiendo lentamente.

A 200 ó 300 metros mas arriba, en las planicies montuosas y quebradas, los campos están cubiertos de legumbres, cereales, granos y hortalizas de todas clases, y árboles frutales en mucha abundancia, como el manzano, el peral, el albaricoque y el ciruelo.

Nadie les obliga á estudiar; los campos no están cultivados, observó secamente. , que algo les obliga á estudiar, replicó en el mismo tono Isagani mirando cara á cara al dominico.

Espléndido sol doraba los campos. Toda la luz del cielo parecía que se colaba dentro del corazón de los esposos. Jacinta se reía de la danza de los algarrobos, y de ver los pájaros posados en fila en los alambres telegráficos. «Míralos, míralos allí. ¡Valientes pícaros! Se burlan del tren y de nosotros». Fíjate ahora en los alambres. Son iguales al pentagrama de un papel de música.