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Como el suyo hay pocos, por desgracia, y una decepción en esa materia, sería cosa terrible... Se aventura en ese albur la existencia entera, y el peligro de errar aumenta con la amplitud del campo en que se puede elegir... Hay que fiar la suerte de toda la vida al capricho del azar, hay que seguir los impulsos de un instinto que puede ser falaz, y eso es muy triste, Antoñita...

Con tal motivo, la Condesa vendió su casa de París, y se retiró al campo, donde vivió con mucho orden y economía, consagrándose por completo a la educación de su hijo. Aquí también le esperaban nuevas penas y tristezas. Pablo de Lavardens era inteligente, amable y bueno, pero absolutamente rebelde a toda obligación y a todo trabajo.

Entretanto, Ricardo trabaja en el campo; cura ovejas, marca novillos, hace apartados, traza nuevos potreros, levanta alambrados. No te puedes imaginar la actividad que desarrolla. Va poniendo la estancia que es una maravilla. Está fuerte, curtido; colorado. Su contacto con la Naturaleza, con el sol, el aire, las lluvias, le da un brío y una fortaleza admirables.

Otras diversiones tengo pensadas, pero sólo podrán realizarse más adelante, pues exigen larga preparación. El recreo más inmediato será mañana. Usted necesita el aire del campo, dar un paseo digno de sus piernas, y el gobierno me ha autorizado para que le lleve al parque secular, donde nuestros antiguos emperadores se dedicaban á la caza durante sus veraneos.

¿Y éste sabe saltar? preguntó Lorenzo ligeramente pálido, mientras su caballo, parado junto a la zanja, contemplaba el campo en toda dirección. ¡Anímalo!...

Llegaban las familias retrasadas, pasando ante Febrer con una mirada de curiosidad y un leve saludo. Todos le conocían en el cuartón. Estas buenas gentes, al verle en el campo podían abrirle la puerta de su casa; pero su afabilidad no iba más allá, siendo incapaces de aproximarse a él por impulso propio. Era un forastero. Además, era un mallorquín.

Media entre las ciudades de San Luis y San Juan un dilatado desierto que, por su falta completa de agua, recibe el nombre de travesía. El aspecto de aquellas soledades es por lo general triste y desamparado, y el viajero que viene del oriente no pasa la última represa o aljibe de campo, sin prever sus chifles de suficiente cantidad de agua.

Pilla ahora mismo mi saco y la maleta de don Julián.... Volando.... Nos vamos a pie hasta Cebre.... Andando bien, tenemos tiempo de coger el coche. Obedeció el cazador sin perder su helada calma. Bajó la maleta y el saco; pero en vez de cargar ambos objetos a hombros, entregó cada bulto a un mozo de campo, diciendo lacónicamente: Vas con el señorito.

En uno de los ángulos del Campo bailaban los aldeanos al son de la gaita y el tambor; en otro hacían lo propio las artesanas al compás de la banda municipal. La gente discurría por el espacio libre cada vez con menos desahogo, pues la calle del Cuadrante no cesaba de vomitar blusas azules y pañuelos de percal sobre el citado Campo.

Por la larga, sinuosa calle del Cuadrante circulaban pocos transeúntes. El excusador y la esposa de Montesinos caminaron un rato en silencio en dirección al Campo de los Desmayos. Al aproximarse a él ambos se sentían agitados, temerosos. Tanto para calmarse un poco como para prevenirse, se detuvieron un instante, y metiéndose en el hueco de una puerta, cuchichearon con animación.