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Entretanto, Salvador Fernández, médico municipal de Villazón, había trasladado su residencia desde la villa al pueblo gracioso y pequeño de Luzmela. En plena posesión del cuantioso legado del amigo, Salvador no había pensado ni un momento en cambiar de vida ni alterar en nada sus costumbres humildes.

Y ahora resulta que deberá usted carecer de voluntad y convierte la inspiración en simple exorcismo. Llame usted las cosas por el nombre que quiera dije, y le supliqué que cambiásemos de conversación. Cambiar de conversación no era posible; había que volver al punto de partida o continuar. Le pareció más seguro razonar y yo la dejé decir sin replicar más que con una frase: «¿Para qué

Y ahora, ¡absurdo cambio de opinión!, me digo muchas veces: No vale la pena de vivir fuera de aquí. Hace un mes no quería pensar en quedarme en Lúzaro; me parecía una locura cambiar esas horas de indolencia y ensueño de los días de navegación, por la vida de un pueblecillo triste, aburrido, lleno de preocupaciones y de mezquindades.

No era tan urgente el caso que no le diera un respiro de veinticuatro horas; y en veinticuatro horas podía cambiar de aspecto un conflicto como el suyo, y hacer inútil la consulta que él iba a hacer: y había una noche entera y larga de por medio; y una noche así daba para todo: para que le hablaran en su casa o para hablar él a los demás; y si nada de esto sucedía, para engolfarse en un mar de pensamientos un hombre que no duerme.

Ya veis, señora, que cuando doña Catalina, hija de quien es, confía en , vos también debéis confiar. ¿Pero por qué no habéis ido directamente á mi tío, caballero? dijo la abadesa. El duque de Lerma acaba de darme la libertad; podía creer que yo... yo no puedo, no debo cambiar así, delante de las gentes, delante del mismo duque.

Un buen cuarto de hora se tardó en cambiar los tiros de la berlina, porque el de mulas no estaba enjaezado. El cochero propuso cambiar el coche por una carretela de camino, pero Elena se negó a ello. Era poco más de las once. Al Sotillo dijo con firmeza al lacayo cuando todo estuvo a punto. Ni éste ni el cochero sintieron esta vez sorpresa porque ya se lo habían tragado . ¡Vivo! ¡vivo!

Pronto se convenció de que era más difícil cambiar la vida de aquellas beatas que la de un pecador empedernido. Le causó gran desaliento: comenzó a fastidiarse de aquellas nonadas, de aquellas confidencias domésticas insulsas y necias con que las devotas sazonan sus confesiones.

Pues bien: ¿Estás dispuesta a ponerte a mis órdenes, y a hacer ciegamente lo que yo te mande? , replicó ella con ansiedad doliente. Pues empecemos. Lo primero es cambiar de aires. ¿Me mandas al campo? No... Mejor dicho, , te mando a un valle urbano». Y llevándola al balcón, le mostró la casa de enfrente.

Lo señala con el dedo á los que le siguen, y todos sienten en el mismo instante disminuir la laxitud: la vista de ese pequeño punto casi imperceptible ha sido suficiente para reparar sus fuerzas y cambiar en alegría su desesperación; las caballerías alargan el paso, porque también ellas saben que la terrible jornada va á tener pronto fin.

Añadió el médico que el accidente sufrido por D'Orsel acarreaba el resultado de arrancar al incorregible solitario del espantoso aislamiento que se había impuesto en su castillo haciéndole cambiar de residencia, de aires y acaso de costumbres.