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Lo sutiliza usted todo hasta el extremo de cambiar el sentido de las palabras y el valor de las ideas. Halagábame la creencia de que era usted un alma mejor organizada que muchas otras y más buena, por diversos conceptos. Le creía también, débil de voluntad, pero dotado de cierta tendencia a la inspiración.

Lo conforme a su gusto hubiera sido una educación más larga y difícil, así porque, durando la educación, también hubiera durado el prestigio que hacia Arturito la había atraído como porque la misma tardanza en educarse y en cambiar de condición hubiera sido garantía de lo seguro y firme del cambio.

Por eso me jallaste tan campante a la venida y me has visto ir tirando así hasta ayer, como quien dice... hasta que vino lo que yo había visto venir otras veces sin apurarme por ello, y no si te diga que con gusto... ¡con gusto, trastajo! porque cuando hay buena salud, la tierra no tiene salsa si nos está cantando siempre una misma solfa... y sin cambiar de ropajes... Digo que fui tirando tal cuál hasta que llegó la primer cellerisca, ésta que todavía está pasando, mientras llega, por las señales, otra más dura de pelar que ella; y se apagó el sol de día, y se cerraron puertas y ventanas, y empezó a faltar de noche la gente de la cocina, y a no haber fin para las horas de la cama ni punto de sosiego para el mal pensar de la cabeza.

Y en cuanto al sentimiento, en un tiempo había soñado, no en cambiar la naturaleza de las cosas, porque ello era imposible, pero en ser comprendido de alguno de sus semejantes; y porque jamás ese sueño se había realizado, una expresión de soberbia lo había persuadido de que tenía una alma distinta de las demás, de que valía más que los otros.

Al recordar este período de su pasado, Aresti sonreía amargamente, burlándose de su optimismo. ¡Cambiar él á su mujer! ¡Transformarla!....

Pero más tarde, después del regreso de Bringas y del largo párrafo que él y Pez echaron sobre las cosas políticas, Rosalía tuvo ocasión de cambiar con su amigo más de una palabra en la Saleta, secretamente, con lo que él puso punto a la visita y se retiró. Más bien triste que alegre estuvo la Pipaón toda aquella tarde y noche.

En ella les manifestaba que no se sentía llamado por Dios a la carrera eclesiástica, y que antes de ser un mal sacerdote prefería aprender el oficio de su padre o embarcarse para América. Terminaba suplicándoles con palabras fervorosas que le permitiesen cambiar la Teología por el Derecho, hacia el cual se creía inclinado, y con esto no daría tan gran disgusto a su padre.

Paco Gómez, sin desconcertarse, comenzó a palpar su rostro con ademanes cómicos, fingiendo una muda resignación que hizo sonreír a los presentes. Amalia, para cambiar esta peligrosa conversación, exclamó: ¡Miren, miren cómo D. Santos se aprovecha de nuestra distracción!

Ricardo dio vuelta la cabeza y se puso a mirar hacia adelante, mientras Hipólito preguntaba: ¿Vamos?... ¡Vamos!... ¡Jiú!... ¡jiú!... El sol al frente de los viajeros hizo exclamar a Ricardo: Empieza a hacerse sentir el calor. ¿Quieres cambiar de asiento? le dijo Melchor. Aquí, Hipólito, ataja algo; te di ese lugar para que fueras viendo con más comodidad. No, si es lo mismo.

Si la situación del hombre, si sus alimentos, si sus vestidos no hubieran de cambiar jamás, esas artes, esas ciencias de que nos hablaba D. César serían inútiles y aun me atrevo á decir que imposibles.