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Yo creo que en tales extravagancias del humor influyen los vaivenes políticos, las jugadas de Bolsa, y, más que nada, el tiempo; una noche de lluvia y de ventisca agría el carácter de los espectadores, y, sin que ellos lo adviertan, les irrita y predispone á la protesta; la noche, en cambio, que sigue á un día tibio y soleado, inclina á los espíritus á la indulgencia, el aplauso y la risa. ¡Tan poco somos, tan poco valemos, que todo el rumbo de nuestras ideas basta á cambiarlo á veces un simple vaso de vino ó un rayo de sol!

Ni objetiva ni subjetivamente puede haber mejoramiento sin cambio del estado precedente. Y, en efecto, la circunstancia que más ha contribuido al adelanto de las sociedades antiguas, es la misma que determina en primer término el progreso de las modernas: lo que John M. Robertson, completando el concepto de Buckle, llama "la variación intelectual".

Pero viéndole dudoso, con los ojos espantados aún, se levantó, teniendo la niña en los brazos, abrió la puerta y cambió algunas palabras con Jacoba que, en efecto, estaba allí. Después de entregarle la criatura y cerrar, volvió de nuevo a sentarse. ¿Cómo eres tan cobarde, di? No es cobardía repuso él ruborizado. Es que estoy siempre sobresaltado... No lo que me pasa... La conciencia quizá...

En cambio, muchos rusos, al disolverse sus regimientos, se han incorporado á la Legión... Lo mío nada tiene de extraordinario. ¡Y qué de recompensas por lo poco que he hecho!

¡Amaury! respondió el doctor. ¡Amaury! repitió Antoñita, apoyándose en el muro, porque se sintió desvanecer. . A su vuelta, ha querido hacer a esa tumba su primera visita. Y dicho esto volvió a quedar el doctor en su inamovilidad y silencio de costumbre. Antoñita quedó asimismo muda e inmóvil, mas por una causa totalmente diversa. El doctor no sentía nada; ella, en cambio, sentía excesivamente.

Hasta los innumerables soles de la vía láctea dejaban caer como nunca su blanca luz sobre la húmeda llanura. Júpiter relampagueaba en el cielo como el dios de la noche, rompiendo la obscuridad con sus hermosos rayos anaranjados.. De pronto cambió la decoración. Allá hacia Levante el pálido semicírculo de la luna asomó su cuerno superior sobre las aguas dormidas.

El sitio en que nos encontramos fué la Bastilla de otra edad; menos lógica, en cambio más cruel. Sobre el mismo suelo en que ahora tenemos los piés, fuéron arrastrados y descuartizados Ravaillac, Cartouche y Damiens; sus miembros palpitantes ensangrentaron este suelo que ahora pisan sus nietos con indiferencia.

Desde entonces todas aquellas delicadezas de su alma empezaron a sufrir un proceso de desvanecimiento, todas sus ternuras se fueron apagando como los colores de una olvidada pintura bajo la capa de polvo que la cubre. A poco cambió su modo de ser y dejó de frecuentar el sitio que sus éxtasis asiduos habían como impregnado de una atmósfera mística.

«¿Qué le habrá pasado, qué le habrán hecho a esta muchacha iba diciéndose mentalmente para que transija con semejante cambio? ¡Si esto es para ella la pobreza... qué barrio, qué portal y qué escaleraCon mayor celeridad de la que al parecer permitían sus años llegó al piso segundo y llamó, saliendo a abrirle una doncella cuyo limpio y fino aspecto contrastaba con lo pobre de la casa.

Aquellos hombres, que habían visto sin alarmarse, durante muchos años, cómo cundían y se propagaban ciertas tendencias niveladoras, y cómo se iba rebajando poco a poco el carácter nacional, corrompiendo aquel conjunto de cualidades que un día hicieron del tipo español «el modelo proverbial de los caballeros»; aquellos hombres, digo, que habían visto todo esto y mucho más, sin temblar por el día siguiente, observaron una vez que las predicaciones, que las tolerancias, que las concesiones, que toda aquella política de ancha base que encomiaban a destajo y en la cual creían sin conocerla, estaba dando ya sus frutos naturales y lógicos; que aquellas muchedumbres por las que nada habían hecho ellos nunca, y de las que jamás se habían acordado sino para explotar su trabajo a cambio de un mezquino pedazo de pan, se alzaban imponentes, en virtud de las alas que les prestara una libertad mal entendida; que aquella canalla, como ellos llamaban a la multitud desheredada cuando ésta era dócil, se aprestaba, con la tea en la mano, a imponerse al mundo entero y a transformar, en un instante dado, el modo de ser de la familia y de la sociedad.