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Me levanto de la cama y escribo estos cuatro renglones en un estado casi febril. Todo el mundo nota que ando ojeroso y pálido estos días.
Al lado de la cama un clérigo lee con voz queda en un libro: ...«Commendo te omnipotenti Deo, charissime frater, et ei cujus es creatura, conmitto»...
Y tú, Cleopatra, vete a la cama. Yo mismo prepararé la comida. MARCIO. ¡Permitid! ¿Por qué habláis de la comida? Cálmate, Cleopatra; aquí hay un error. Por lo visto, no te haces cargo de que has sido ilegalmente raptada. Escipioncito, déjame el pañuelo. ESCIPIÓN. ¡Tómalo, querida! MARCIO. ¡Permitid! No comprendo por qué se habla aquí de un pañuelo, cuando se trata...
Poco después de hacerlo apareció Venturita con un peinador blanco que dejaba ver enteramente la garganta de alabastro y una parte de su hermoso seno virginal. Traía sueltos por la espalda los cabellos, y calzaba unos lindos pantuflos bordados. Venía a despedirse para ir a la cama.
Cuando llegaron a don Quijote, ya él estaba levantado de la cama, y proseguía en sus voces y en sus desatinos, dando cuchilladas y reveses a todas partes, estando tan despierto como si nunca hubiera dormido.
Mira: me parece que es un monte la barba de papá: y el pastel de la mesa me da vueltas, vueltas alrededor, y se están riendo de mí las banderitas: y me parece que están bailando en el aire las flores de zanahoria: estoy muerta de sueño: ¡adiós, mi madre!: mañana me levanto muy tempranito: tú, papá, me despiertas antes de salir: yo te quiero ver siempre antes de que te vayas a trabajar: ¡oh, las zanahorias! ¡estoy muerta de sueño! ¡Ay, mamá, no me mates el ramo! ¡mira, ya me mataste mi flor!» «¿Conque se enoja mi hija porque le doy un abrazo?» «¡Pégame, mi mamá! ¡papá, pégame tú! es que tengo mucho sueño.» Y Piedad salió de la sala de los libros, con la criada que le llevaba la muñeca de seda. «¡Qué de prisa va la niña, que se va a caer! ¿Quién espera a la niña?» «¡Quién sabe quien me espera!» Y no habló con la criada: no le dijo que le contase el cuento de la niña jorobadita que se volvió una flor: un juguete no más le pidió, y lo puso a los pies de la cama y le acarició a la criada la mano, y se quedó dormida.
Nadie contestó. Volvió á repetir más fuerte: Pedro... Pedro... Esta vez la voz de Pedro contestó: ¿Qué es eso?... ¿Quién va? Soy yo; no te asustes. El joven se incorporó violentamente en la cama y exclamó espantado, aunque en voz baja también: ¡Usted, señorita!... ¿Ocurre algo?... ¿Qué es lo que quiere?...
Todo era un mal ensueño. Estaba seguro de despertar en la cama, rodeado de las comodidades familiares de su camarote. Y cuando abría los ojos, la realidad le hacía prorrumpir en órdenes desesperadas, que obedecían los africanos maquinalmente, como si estuviesen dormidos. «¡No quiero morir!... ¡no debo morir!», clamaba en su interior una voz de bronce.
Luego la sujetó con cuidado, y sentándose en una butaquita que había al lado de la cama, se puso a contemplar con fijeza a la bella dormida. Porque era bella en efecto y en grado excelso.
»Permaneció un instante en pie e inmóvil, y echando a andar de pronto, aquella débil enferma, que para ir de la cama a la butaca había necesitado ayuda de dos personas, avanzó con paso seguro, deslizándose sobre el pavimento como una sombra, sin buscar apoyo ni en la pared ni en los muebles.
Palabra del Dia