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Mandó a la chica que trajese luz, pues se le había despabilado el sueño, y José, atento a custodiarla, se asomaba a cada instante a la alcoba. Sentose Maximiliano junto a la cama como el día anterior, y bondadosamente le dijo: «Esta tarde había aquí mucha gente y no pude hablarte. Por eso he vuelto. Ya que y Aurora os pegasteis.

De pronto, su atención se concentraba para recordar. Algo le había ocurrido; algo le esperaba. «¡Ah, !» Y después de reconstruir en su memoria lo de aquella tarde é imaginarse lo del día siguiente, volvía á su lectura sin sentido. Las páginas fueron desvaneciéndose como pedazos de niebla; sintió su mano más ligera: el libro acababa de caer sobre la cama.

Con los ojos abiertos como los de un ratoncillo, esperó que llegase el día. Esa noche dormía en su cuarto, con miss Mary. Porque, cuando no sintiera dolores, dormía en su cuarto, con miss Mary, esa dormilona que roncaba como un fuelle. Cuando los sentía, dormía junto a la cama de su mamá, y esto era un consuelo.

Tenía diez años cuando murió mi padre. La última vez que me acercaron al borde de su cama, me abrazó y me llenó de besos; tendría entonces cuarenta años, pero representaba sesenta; ¡tanto lo había quebrantado la terrible enfermedad que lo consumía! Espíritu débil, la muerte de su compañera lo había abatido, había hecho inútil su existencia.

Esta gentil moza, pues, ayudó a la doncella, y las dos hicieron una muy mala cama a don Quijote en un camaranchón que, en otros tiempos, daba manifiestos indicios que había servido de pajar muchos años. En la cual también alojaba un arriero, que tenía su cama hecha un poco más allá de la de nuestro don Quijote.

Maxi se quedó más tiempo en la cama, hartándose de sueño, aquel reparo que su desmedrada constitución reclamaba. Púsose Fortunata a arreglar la casa y mandó a Patricia a la compra, cuando he aquí que entra doña Lupe toda descompuesta: «¿No sabes lo que pasa? Pues una friolera. Déjame sentar que vengo sofocadísima. Vaya que dan que hacer mis dichosos sobrinos. Anoche han puesto preso a Juan Pablo.

El doctor examinó la herida de la señora Chermidy y reconoció que el puñal había atravesado el corazón de parte a parte; la muerte debió de ser instantánea; era, pues, imposible, que la víctima hubiese podido llegar hasta la cama. El señor Stevens, comiendo la noche anterior con el duque, había podido observar el estado de sus facultades mentales.

Construyó con hojas de palmera su cobertizo techo y pared sur dió nombre de cama a ocho varas horizontales, nada más; y de un horcón colgó la provista semanal.

El satín de aquel cuerpecito de regalo no sentiría asperezas en el roce de aquellas sábanas». Obdulia admiraba sinceramente las formas y el cutis de Ana, y allá en el fondo del corazón, le envidiaba la piel de tigre. En Vetusta no había tigres; la viuda no podía exigir a sus amantes esta prueba de cariño. Ella tenía a los pies de la cama la caza del león, ¡pero estampada en tapiz miserable!

Llegó un día en que no pudo abandonar la cama, y el nieto le vio entre sábanas, con el mismo aspecto de siempre, conservando la fina camisa de batista, la corbata, que el criado le cambiaba todos los días, y el chaleco de seda a flores. Cuando le anunciaban la visita de su nuera, don Horacio hacía un gesto de contrariedad. Jaimito: la levita... Es una señora, y hay que recibirla con decencia.