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Necesitaba dar órdenes, pelear con alguien. Pero la flojedad de sus piernas le empujó hacia el hotel, y se dejó caer de bruces en la cama, mientras rodaba por tierra su sombrero, contento de la grave tiesura con que había llegado hasta su cuarto sin llamar la atención de la servidumbre.

Y el buen payés, con su mirada lacrimosa, parecía besar al herido, acompañándole en esta caricia muda las dos mujeres, que, encogidas junto a la cama, pretendían devolverle la salud con sus ojos. Esta mirada de cariño y de zozobra dolorosa fue lo último que vio Febrer.

Don Benito, que estaba al lado del lecho, miraba extinguirse aquel coloso con una frialdad perfecta. Mi tío no se atrevía a acercarse al borde de la cama: los médicos se habían separado, seguros ya del desenlace. Acérquese, señor dijo a mi tío uno de ellos...

Decía el huésped: -Señor, su merced pidió servicios; yo no estoy obligado a saber que en lengua soldada se llaman así los papeles de las hazañas. Apaciguámoslos, y tornamos al aposento. El ermitaño, receloso, se quedó en la cama, diciendo que le había hecho mal el susto.

El padre, la madre, miss Mary, los chicos, todos saltaron de la cama y acudieron... El padre fue quien levantó en los brazos el precioso saquito de huesos... Ramón corrió a llamar al médico... Y el médico de los anteojos de oro vino, y dijo que la niña estaba muerta. Es una felicidad para ella, la pobrecita agregó con voz grave. Y hasta una liberación para sus padres.

¿Sabéis lo que yo haría en vuestro caso ahora mismo? prosiguió en alta voz. Pues me iría á casa, comería los puches, orinaría y me metería en la cama......Porque es triste que le anden á uno con las costillas en día tan señalado. Si mañana fuese día de trabajo, vaya con Dios. ¡Que segara el diablo por uno!

¡Me muero, María!... ¡Me muero!... Te saliste con la tuya... No es en el hospital, pero es de caridad... En la fonda. ¿Y qué importa?... Más cerca del cielo está la cama de un hospital que la de un palacio. Diógenes calló sollozando, y la marquesa fue a dar otro paso adelante; mas el moribundo, sin dejar de sollozar, preguntó entonces: ¿Y Monina? Abajo está... ¿Quieres verla?...

Y cuando me despierto, mientras me desperezo un poco y recapitulo sobre lo que he de hacer durante el día, oigo un reloj que suena las diez en el piso de al lado, y después otro en el piso de abajo, y luego otro en el piso de arriba. Y mi reloj, este reloj pequeñito que conoces, va marchando sobre la mesilla en un tic-tac suave. Como es ya tarde ¡las diez! , me echo de la cama y abro el balcón.

»Tomóle en esto a Camila un fuerte desmayo, y, arrojándose encima de una cama que allí estaba, comenzó Leonela a llorar muy amargamente y a decir: »¡Ay, desdichada de si fuese tan sin ventura que se me muriese aquí entre mis brazos la flor de la honestidad del mundo, la corona de las buenas mujeres, el ejemplo de la castidad...!

Y se asomó a la ventana para respirar, pero, como rechazado por una fuerza invencible, se alejó con horror, y se apoyó sobre el borde de su cama. Sus ojos estaban rojos y ardientes; su mirada, largo tiempo fija, se veló poco a poco; y sucumbiendo a la fatiga y a la agitación, sus ojos se cerraron. Al principio resistió al sueño, después cedió...