United States or Tuvalu ? Vote for the TOP Country of the Week !


Abierta una puerta de Galípoli, se arrojó con sus seis caballos sobre el enemigo desalentado de la fatiga del calor, y las armas; siguiéronles los cien hombres, y con poca resistencia todo lo vencieron, y degollaron. Tomaron los vencidos la vuelta de sus galeras, apretados siempre de sus enemigos, perecieron casi todos en el alcance.

Era en la tarde, después del almuerzo, cuando desaparecían muchos pasajeros, adormecidos y abrumados por el calor, buscando continuar la siesta en el camarote bajo el soplo de los ventiladores.

Verdad es que en el momento que yo me acerqué a la mesa discutían con calor si una pieza de un compañero estrenada en Martín la noche anterior daría entradas o no; sería un éxito «metálico», como decía gráficamente uno, o simplemente literario. Cuando terminó la disputa, al cabo, se fijaron un poco más en .

Como todos eran hijos de la selva, persistieron en sus muestras de aprobación. Durante las horas de sol y de calor era cuando la selva dormía, sin un estremecimiento, sin un latido, con una calma de tumba.

Rita, con toda su aspereza, se dignó consultarle sobre sus jaquecas, y Rafael declaró que el día menos pensado iba a romperse los cascos, para tener el gusto de que le curase el GRAN FEDERICO. Una mañana, la condesa estaba sentada, pálida y desmejorada a la cabecera de su hijo dormido. Su madre ocupaba una silla muy baja, y, como antídoto contra el calor, tenía el abanico en continuo movimiento.

La destemplanza de su sangre y la excitación de sus nervios ya le hacían tiritar con intenso frío, ya sofocarse hasta sudar con el calor de la calentura. Acudió, no obstante, aunque sin comer apenas y casi sin desplegar los labios sino para murmurar sus rezos.

Al ver al pobre cabezang Pedro, comprendimos todo lo grave que es el estar malo en Tayabas. Y en efecto, lo estaba tanto, que murió aquella misma noche. Nuestro amigo el doctor nos dijo que el frío y el calor, no era ni más ni menos, que una fiebre maligna.

El brigadier, cuando llegaba el verano, le invitaba a irse con ellos a un pueblecito de la costa donde solían pasar los meses de calor; pero Miguel observaba tal vacilación y frialdad en este convite, que comprendía perfectamente que no debía aceptarlo: su presencia en la casa era ocasionada a muchos disgustos, y de ningún modo quería que su buen padre padeciese ninguno por su causa.

Como su situación y la de aquella desdichada era casi la misma, pensó que podía haberse hallado en caso igual; tuvo miedo, tembló por , y se estremeció ante la idea de dejar sin madre a aquel pedacito de su alma concebido entre placeres, parido entre dolores, que allí dormía puestos los labios en su pecho y acogido al calor tibio y cariñoso de su cuerpo.

Hacía un calor bestial; todos teníamos que andar casi desnudos. Nos acercamos a tierra. Se veía una costa pantanosa verde, y la desembocadura de un río a lo lejos. El capitán, el doctor Cornelius y Silva Coelho fueron a tierra. Luego supimos que íbamos a llevar a América trescientos chinos, más cincuenta barriles de opio. El opio valía entonces una enormidad.