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Capítulo XXII Había pasado el verano y era llegado septiembre; los días conservaban aún el calor del verano, pero las noches eran ya largas y frescas. Serían las nueve y aún no había en la tertulia de la condesa sino las personas más allegadas y de mayor confianza, cuando entró Eloísa. Toma asiento en el sofá, a mi lado le dijo la dueña de la casa.

Esta enfermedad y las flegmasías sobreagudas con dolores quemantes, éstasis venosa, cianosis, manchas, petequias, tumefacciones lustrosas y lívidas, y síntomas generales graves, del mismo modo que la gangrena, que es el resultado con edema elástico, distension por gases, putrefaccion incipiente, angustia, cara térrea, descompuesta, así como tambien las úlceras quemantes, fétidas, costrosas, saniosas, inflamadas, de bordes elevados, dolorosos en el reposo y por el frio, como si la calma acelerase la descomposicion y que el estímulo del movimiento y del calor la detuviese, son propias del arsénico.

A los lados, en las entradas de las capillas, estaban los hombres, en pie la mayor parte, algunos arrodillados, todos cansados, formando grupos donde resaltaban los cráneos relucientes, las cabezas canas y los rostros encendidos del calor.

Miquis estaba alegre como un niño, porque también en él, parroquiano constante del Retiro, hacía sentir su influjo la vegetación nueva de Primavera, los juegos del sol entre las ramas, el meneo de las hojas acariciándose, y aquel ambiente, compuesto de frescura y tibieza, que al mismo tiempo atemperaba el cuerpo y el alma. La capa le daba calor. Se la quitó arrojándola por tierra.

La casa que ésta habitó en Sevilla túvola en gran estima y de ella escribía que «no la había mejor ni mejor puesta. Paréceme que no se ha de sentir en ella el calor. El patio parece hecho de alcorza

No les entretengas ahora. Que coman y beban un poco. Necesitan entrar en calor... Dispensen ustedes si les ofrezco tan poca cosa. ¿Qué les daré, Dios mío, qué les daré?

Se desarrolla en ellos la anchura: las ramas, que serpentean como raíces, se repliegan sobre éstas y aprovechan su escaso calor.

Con este motivo expresó su resolución de tomar habitaciones en la fonda. Al instante fué contrariada con gran calor por don Rosendo, con el apoyo de su esposa. Venturita se había puesto pálida. Miraba al Duque de un modo particular. Gonzalo, con los ojos bajos, el rostro sombrío, comía en silencio mientras se disputaba.

Alguna ha habido que después de mirarme por encima del hombro, y de hacer mil enredos para no pagarme, ha venido aquí a pedirme dinero... ¿Y para qué sería?... tal vez para dárselo a su querido». Al soltar esta retahíla con un énfasis y un calor que declaraban hallarse muy poseída de su asunto, echaba sobre la infeliz postulante miradas ardientes.

Hay dolores agudos que atraviesan el pecho y dorso, espectoracion fácil y sucia, dolores y quebrantamiento, opresion espasmódica que se disipa comiendo, palpitaciones con palidez de la cara, sensacion de constriccion del pecho, ansiedad precordial y bocanadas de calor. § III. Efectos terapéuticos.