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Don Eugenio no podía contener la risa. Hace siete años, la friolera de siete años tartamudeó el arcipreste calmándose un poco, pero respirando trabajosamente a causa del mucho viento , siete añitos que en los Pazos sucede... eso que tanto les asusta ahora.... Y maldito si se han acordado de decir esta boca es mía. Pero con las elecciones.... ¡Qué condenado de aire! Vamos a volar, muchacho.

Lucía le dio blandos golpecitos en las espaldillas, y permaneció silenciosa, no queriendo pronunciar palabra que torciese el giro de la conversación. Sus ojos interrogaban. Ej... ej... te aseguro que fue un chasco famoso... continuó Pilar calmándose . A la Noveldita le vendrían de perlas los cientos de miles de francos que el padre reunió para el hijo... pero ¡dicen que no le gustan las mujeres!

El tiempo corría, mientras tanto, sin ninguna nueva emoción; las anteriores iban calmándose un poco, Juana y su madre, tomadas de la mano y sin hablar sentíanse como adormecidas por un suave entorpecimiento de los sentidos. Era un poco más de las cinco de la tarde, cuando Juana se enderezó repentinamente; había vuelto a oír resonar el timbre del vestíbulo. Esta vez ... ahí está dijo.

Gritaba como un niño y al mismo tiempo se arrepentía, queriendo ahogar inútilmente sus gemidos. Era otro el que gritaba dentro de él; otro al que hasta entonces no había conocido, que tenía miedo y lloriqueaba, no calmándose hasta que bebía media docena de tazas de aquel brebaje ardiente de algarrobas e higos que en la cárcel llamaban café.

Calmándose de pronto, dijo: Ya que es usted tan bravo, ¿a qué no pone la mano sobre la mesa? ¿Para qué? Para clavársela con la mía. El inglés, sin vacilar, extendió su grande y membruda mano. El conde sacó del bolsillo un puñalito damasquinado, y puso la suya, fina, de caballero, sobre la del inglés.

Así fue corriendo el tiempo, y, con él, calmándose la pesadumbre del marido y haciéndose la mujer a la carga de las suyas. Ya no había que contar con el undécimo retoño, y el décimo iba creciendo y esponjándose que daba gusto, y era bueno y listo y hermoso como si Dios se hubiera complacido en reunir en este solo hijo cuantas prendas simpáticas cabían dispersas en los anteriores.

Pero, calmándose inmediatamente y comunicando a sus palabras un tono dulce y persuasivo, añadió: Lo que el cielo confía al hombre al nacer nadie puede revelarlo más que la religión, y ésta nos dice que el hombre cifra no pocas veces su honor en lo que debiera considerar como su ruina y perdición... Generalmente, lo que el mundo más aprecia y apetece va contra la ley de Dios.

¡Absurdo! ¡absurdo! gritaba don Víctor jamás se hizo cosa por el estilo en los gloriosos siglos de estos insignes poetas. Afortunadamente añadía calmándose yo no me veré nunca en el doloroso trance de escogitar medios para vengar tales agravios; pero juro a Dios que llegado el caso, mis atrocidades serían dignas de ser puestas en décimas calderonianas.

¿Quién es sor Ana? preguntó el magistrado, que había dejado pacientemente a la verbosa señora formular el interrogatorio. Sor Ana Brighton, su antigua maestra inglesa. ¿Dónde está? No . En el sobre estaba el nombre del lugar, un nombre extranjero. ¿Usted tampoco sabe esa dirección? preguntó el juez, volviéndose hacia el Príncipe Alejo. La ignoro, pero... Su ansiedad parecía ir calmándose.

Martín, sobre todo, parecía inconsolable. En los primeros tiempos, iba todos los días al cementerio; y a menudo era preciso alejarlo a la fuerza de la tumba. Pero poco a poco fue calmándose, y esta calma la debió ante todo a la compañía de Juan, su hermano menor, en el cual pareció querer depositar desde aquel día el amor infinito que había profesado a su víctima.