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Vense entendimientos claros, corazones bellísimos, que no guardan para ninguna de las preciosidades con que los ha enriquecido el Criador; que derraman, por decirlo así, en calles y plazas el aroma exquisito, que guardado en el fondo de su interior, podria servirles de confortacion y regalo.

Efectivamente desde este sitio sigue la cañería, y pasan por debajo del Collado o cerro de Santa Bárbara, al depósito de donde parten las aguas para recorrer todo el trayecto que desde el acueducto hemos venido recorriendo. Capítulo III. Las Calles, las Plazas, las Fuentes y los Algibes de Teruel.

El oro, la plata, el cobre, el acero y todos los metales bajo mil formas, brillan donde quiera en moles tentadoras para la multitud, miéntras que los diamantes, todas las piedras preciosas conocidas y los cristales de imitacion, incrustados en una joyería de inagotable variedad, multiplican los reflejos de la iluminacion, dándoles á las calles no qué aspecto de fantasmagoría hechicera ó prodigiosa como los cuentos de las Mil y una noches.

Uno espera á cada momento que se concluya; espera salir á cielo raso; espera ver campos, árboles, montañas, llanuras; espera verse libre de aquella red que lo va circuyendo por todas partes, y vienen calles y más calles, callejuelas y más callejuelas, plazas y más plazas, y llega un instante en que nos sentimos fatigado el pecho, y cansada la respiracion.

Calles y personas, rincones de la Catedral y del Casino, ambiente de pasiones o chismes, figures graves o ridículas pasan de la realidad a las manos del arte, y con exactitud pasmosa se reproducen en la mente del lector, que acaba por creerse vetustense, y ve proyectada su sombra sobre las piedras musgosas, entre las sombras de los transeúntes que andan por la Encimada, o al pie de la gallardísima torre de la Iglesia Mayor.

Entonces el alcalde llamó a un hombre de los que estaban en el corro, que al parecer servía de pregonero en el lugar, y tal vez de verdugo cuando se ofrecía, y dijóle: Gil Berrueco, id a la plaza, y traedme aquí luego los primeros dos asnos que topáredes; que, por vida del rey nuestro señor, que han de pasear las calles en ellos estos dos señores cautivos, que con tanta libertad quieren usurpar la limosna de los verdaderos pobres, contándonos mentiras y embelecos, estando sanos como una manzana y con más fuerzas para tomar una azada en la mano, que no un corbacho para dar estallidos en seco.

Pero entre todos los modos de vivir, ¿qué me dice el lector de la trapera que con un cesto en el brazo y un instrumento en la mano recorre a la madrugada, y aún más comúnmente de noche, las calles de la capital? Es preciso observarla atentamente.

Más de un momento de melancolía debo al caño desolado, que parece murmurar una queja constante; es algo como el rumor del aire en los meandros de un caracol aplicado al oído. Aunque de poca profundidad, el caño basta para dificultar en extremo el uso de los carruajes en las calles de Bogotá.

La ciudad, como todas las americanas fundadas por los españoles, es de calles estrechas y rectangulares.

Fuéronse retirando y defendiendo en las torres estrechas de las calles, y últimamente pusieron sus seguridad en la huida, y con ella dejaron libre el lugar y el castillo á Fernan, con la mayor parte de sus haciendas. Este fin tuvo el sitio de Modico, y la dichosa pertinacia de un Aragonés, en los ocho meses que duró este sitio.