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Paresciéndome que en el medio que llegaría la nueva orden de V. M. yo podría ir á Nápoles y Sicilia á entender de los Virreyes de aquellos reinos, del de Nápoles, si era su voluntad dar la gente, y del de Sicilia, para saber dél lo que mandaba, vista la dificultad que el Duque de Sessa ponía en dar la suya, y así lo puse por obra y fuí á Nápoles, adonde hallé á D. Sancho de Leyva y al Comendador Caldes, que había ido de parte del Duque de Medina á solicitar la ida de la infantería y á pedir cierta artillería, municiones é vituallas, y habiendo tratado algunas cosas en este particular, él me respondió que daría la gente, que no la diese el Duque de Sessa, y con una galera que me mandó de las del dicho D. Sancho, pasé luego en Sicilia, y hallé que el Duque de Medina Cely, Visorrey della, y á quien se había cometido la dicha empresa, tenía ya hechos muchos aparatos para ella, así de vituallas, artillerías y municiones, como fletado muchas naves para que sirviesen en ella, y me había despachado un correo para que con la infantería española que había de llevar de Lombardía llevase asimismo dos mil y quinientos italianos y procurase recoger dos mil alemanes de los que entonces se licenciaban y los llevase también, el cual despacho no me halló en Milán ni topó en el camino, por haberle hecho yo por mar.

Guillén Perez de Caldés, Caballero anciano de Cataluña, llevaba el estandarte del Rey de Aragon, Fernan Gori el de Don Fadrique Rey de Sicilia, que olvidados de sus Príncipes, jamás olvidaron su memoria. El de San George dieron á Gimeno de Albaro, y Rocafort encomendó el suyo á Guillén de Tous.

Preso Berenguer de Entenza, y muertos los mejores caballeros y soldados que les siguieron, quedaron solo en Galípoli con Rocafort su Senescal, mil y dos cientos infantes, y doscientos caballos, y cuatro caballeros buenos soldados, Guillén Siscar, y Juan Perez de Caldés Catalanes, y Fernando Gori, y Ximeno de Albaro Aragoneses, y con ellos Ramon Montaner Capitan de Galípoli.

Respondieron que viniesen seguros, que con ellos se usaria lo mismo que con los turcos, y con mayores ventajas por ser cristianos. Vinieron hasta mil caballos buenos, y prestaron juramento de fidelidad debajo de los mismos conciertos que lo hicieron los turcos. Pusiéronse á órden de Juan Perez de Caldés.

El Visorrey, vista la orden de S. M., avisó al Maestre para que toviese en orden las galeras y gente que había de servir en la jornada, y por su parte entendió en buscar dinero para las provisiones que eran menester, y para pagar los soldados españoles de la isla, que se les debían catorce pagas, y para hacer de nuevo gente envió á Caldes, caballero de la Orden de Santiago, á Nápoles, á demandar la gente y artillería que le habían de dar.